1.
Los filósofos griegos nos enseñaron que tenemos cinco sentidos: gusto, vista, tacto, oído, y olfato. Disciplinas como las neurociencias, la psicología cognitiva y la filosofía de la percepción han añadido otros: termorrecepción -sentido del calor-, nocicepción -sentido del dolor-, propiocepción -sentido kinestético-, equilibriocepción -sentido del equilibrio-, entre otros.
Pero quedémonos con los cinco propuestos por la filosofía griega y veamos cómo nuestra otrora ciudad de las montañas se ha convertido en un verdadero atentado a los sentidos.
2.
Hace poco comí con un colega originario de CdMx, y me invitó a un restaurante local cuya especialidad es la carne de res. Seguí su recomendación y solicité un filete -no recuerdo el nombre-, pero cometí un error imperdonable: lo pedí bien cocido.
El mesero tomó la orden frunciendo el ceño, y mi amigo remató: “ustedes los regios han perdido el sentido del gusto por tanta cerveza y carne asada, que es más bien quemada, y a como está la contaminación ambiental, ya ni eso, pues resulta un verdadero suicidio organizar una reunión al aire libre”

3.
Tengo muchos años de trotar por las calles regias.
Después de constantes infecciones en los ojos, y de parecerme a Drácula en varias ocasiones, la oftalmóloga me recomendó correr con lentes de plástico, sin aumento, pero sólo para evitar las nocivas partículas que pululan en la atmósfera.
Conforme mis cataratas iban avanzando, veía con dificultad lo que rodeaba al Cerro de la Silla. Una vez que fueron removidas, y que recuperé una excelente visión a larga distancia, observo a diario la espesa nata que soporta a nuestra montaña más emblemática.
Así las coontaminación este lunes a medio día en el área metropolitana de Monterrey. pic.twitter.com/U5lHCrfLGX
— Observatorio del Aire de Monterrey (@observatoriomty) March 6, 2023
4.
La pandemia afectó otro de nuestros sentidos: el tacto.
Durante casi dos años no pudimos abrazarnos, saludarnos con la mano, vaya, ni siquiera estar cerca de otra persona. Había que guardar la sana distancia, y cualquier cuerpo humano se convirtió en un potencial enemigo. Lavarnos las manos llegó a ser más importante que purificar nuestra conciencia, y tanto gel en la piel hizo que ésta perdiera gran parte de su sensibilidad.