¡No soy manflora!
Mi tía Chelo fue una señorita de las de antes. Traducción: virgen y soltera. Mi tía preferida nació en la década de los años veinte. Fue compasiva, generosa y conservadora, apegada a las normas, costumbres y tradiciones de su época.
No conocía de feminismos, mujerismos o hembrismos. Para ella, todo era cuestión de dignidad y recato, bajo el manto omnipresente de la religión católica.
Ella era de la imperdible misa dominical, de la misa de Gallo, de rezar el Credo el Viernes Santo a las tres de la tarde.
De rezar el Rosario una vez a la semana.
Del luto azabache por largos meses si alguien moría.
De las que exclamaban “¡Jesús, María y José!” si alguien estornudaba y “¡Ave María Purísima!”, si algo le sorprendía.
Una mujer coherente con su época y contexto. Mis respetos.
El regalo incómodo
En un cumpleaños de la tía, allá por los años setenta -yo era un adolescente-, una vecina le mandó un presente. Todos celebrábamos felizmente su aniversario cuando de repente, al abrir el obsequio de la susodicha, el entusiasmo de la tía se transformó en rabia. Montó en cólera y se armó una trifulca que no entendí en ese momento.
“¡No soy manflora!, ¡qué se ha creído ésta, miren lo que me regaló, unos pantalones de pijama!”, vociferó mi tía. Luego tiró la prenda al piso para después hablarle por teléfono y reclamar la presunta insolencia.
Yo estaba acongojado, con los ojos pentagonales. No sabía qué significaba la palabra manflora y por qué mi tía se había sentido tan agraviada. No tenía idea del término. Supuse que era un asunto deshonroso, hasta ahí.
¿Qué es una manflora, mamá?, inquirí. “No vuelvas a pronunciar esa palabra”, me dijo con los ojos bien abiertos y con la quijada apretada. Quedé estupefacto, seguía sin entender.
Con el tiempo deduje que la vecina de mi tía nunca tuvo la intención de ofender ni sugerir nada. Fue un problema de perspectivas y significados. Las prendas no sólo cubren el cuerpo, también son símbolos. Tienen significados históricos y liberadores.
Seguramente mi tía nunca escuchó hablar de Simone de Beauvoir ni del feminismo en ciernes. Tampoco sabía de la nueva moda.
Como dije antes, la religión y el decoro gobernaron su vida. Algunos pensarán que fue mocha. Yo no la juzgo. Ella fue consecuencia su momento histórico.
¿Quién lleva los pantalones?
La comodidad triunfó sobre la tradición.
El uso del pantalón en las mujeres se generalizó durante la Segunda Guerra Mundial. Luego, en los años sesenta el pantalón llegó a la juventud para quedarse.
Desde los años sesenta en adelante, los diseñadores de alta costura incorporaron el pantalón a sus pasarelas. En 1966 Yves Saint Laurent propuso el primer smoking femenino. Lo demás es historia.
La conquista del pantalón fue un acto de heroísmo. Hoy ya no es tema, aunque algunos insisten en estas diferencias.
Por ejemplo, los símbolos abstractos de la figura de un hombre con pantalón y la de una mujer con falda en las puertas de entrada a los baños de los restaurantes, de las escuelas o cualquier sitio público.
Estos símbolos deberían desaparecer puesto que los pantalones no deben simbolizar diferencias de género. Es más, en muchas ciudades europeas los baños son unisex, pero ese es otro tema. La mujer se puede vestir como le plazca.
Y lo celebro hoy, Día Internacional de la Mujer, mientras las mujeres de todo el mundo marchan colectivamente por la IGUALDAD y el NO A LA VIOLENCIA DE GÉNERO.