Nos encontramos como en los mejores tiempos de la maquinaria engrasada y hegemónica del priismo, aquella de los años 50s del siglo pasado donde lo difícil era ser candidato del partidazo, el resto venía en automático.
El fin de semana Marcelo Ebrard se apuró a responder que él ya estaba destapado y mencionado por el gran dedo elector como uno de los precandidatos de Morena, eso, por supuesto le inflamó de emoción al decirlo.

Ser aceptado por el líder moral y formal de Morena y del partido en el poder representa un tercio del triunfo en la presidencia de México, le falta ganar la candidatura y de ahí ser, casi por antonomasia, presidente del país.
Como en los mejores tiempos del priismo unidireccional, qué importa la ley, a quién le importan los tiempos, a quién le importa cuidar las formas.
En Morena todo se reduce a que el “jefe” te vea activo, le lleguen buenos comentarios sobre tu persona y él crea que eres la mejor opción; así se movía el priismo de mitad del siglo XX, cuando la oposición era otro priista y no los partidos opositores.

Era como en las agrupaciones sociales en las cuales se elige al vicepresidente quien por prelación asume la presidencia en el siguiente periodo, así que lo difícil es ser vicepresidente. Así sucede con Morena, lo difícil es ganar el corazón del tlatoani, el poder tras y delante del trono.
Marcelo anda desatado, terminó con su timidez “puberta”, salió del ostracismo del gabinete para sumarse al tercio de bendecidos por el jefe del ejecutivo y a la oveja descarriada de Ricardo Monreal.
