Brevísima historia de las encuestas sexenales
Septiembre augura que será un mes de estrategias y sorpresas:
Entre la confiabilidad de la encuesta, el dedo índice de AMLO, la corcholata ungida y el factor Xóchitl Gálvez, quien encabeza las preferencias según El Financiero, este mes y la medición morenista prometen hacer historia.
Hoy vemos con normalidad una encuesta convocada por el Gobierno, partidos políticos o particulares; lo cierto es que después de 40 años años de picar piedra, sin parar, entre todos hemos construido una “cultura de la encuesta”.
Aunque los esfuerzos demoscópicos en México iniciaron en la década de 1940, “Las encuestas electorales prácticamente desaparecieron de los medios de comunicación por cuatro décadas, hasta su regreso en la década de 1980, cuando también las investigaciones académicas comenzaron a documentar los nuevos patrones de conducta electoral por medo de los instrumentos demoscópicos…
Detonan las encuestas.
Las encuestas volverían a tener un lugar en los medios, pero sería en las elecciones de 1988 cuando se dio su detonación”, lo señala Alejandro Moreno en su libro ´El Cambio Electoral´.
Hoy en día, la industria demoscópica, con sus aciertos, bemoles y recelos, se ha convertido en un titán prodemocrático de México. Echémosle un ojo a los seis grandes momentos históricos de las encuestas sexenales.
En primerísimo lugar, la víspera de las elecciones presidenciales de 1988 provocó que los medios difundieran encuestas como una nueva faceta del periodismo moderno.
Si bien es cierto que el periódico El Norte alborotó el gallinero con sus estudios de opinión desde 1985, otros medios nacionales siguieron sus pasos y se unieron al “boom de las encuestas”.
El fenómeno demoscópico provocó que la primera guerra de encuestas, aunada a las sospechas de fraude electoral por a la “caída del sistema”, tenían al país con el alma en un hilo.
No sabían a quién creerle.
En aquellos ayeres no existía un órgano independiente que organizara las elecciones.
Las malas lenguas, afirmaron que Manuel Bartlett Díaz, titular de la Comisión Federal Electoral en ese entonces (y actual director general de la Comisión Federal de Electricidad) fue quien orquestó la simulación para otorgarle el triunfo a Carlos Salinas de Gortari, pero esa es otra historia.
Como el miedo no anda en burro, el siguiente momento histórico apareció un año antes de las elecciones federales de 1994.
Las nuevas autoridades del otrora Instituto Federal Electoral (IFE), anticipándose a la segunda guerra de encuestas, reglamentaron los criterios técnicos que debían cumplir las empresas y organismos hacedores de encuestas preelectorales, de salida (exit polls) y conteos rápidos (quick count).
La estandarización de los principios metodológicos convocados por el IFE fue una medida cautelar para soslayar a los promotores partidistas. En definitiva, la normatividad actuó como un muro de contención que subyugó a las “encuestas patito”.
1994 fue un año convulso para el país y para las encuestas.
Entre la insurgencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el asesinato de Francisco Ruiz Massieu, el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, más una militancia panista que se proyectó como una fuerza política de gran envergadura, los mexicanos tenían “hambre y sed de justicia”.
A pesar de la espinosa atmósfera, la generalidad demoscópica acertó con el ganador: Ernesto Zedillo Ponce de León.
En el año 2000 tuvo lugar la tercera guerra de encuestas.
Aunque la mayoría falló, los resultados preliminares de los conteos rápidos revelaron que el PAN, con Vicente Fox era el vencedor.
El triunfo del panista entronizó a los conteos rápidos, una tecnología electoral que llegó para quedarse.
Durante las elecciones federales del 2006 las profecías suscitaron la cuarta guerra de encuestas.
La credibilidad de los sondeos estaba, nuevamente, en el ojo del huracán ya que se anticipó una contienda cerrada entre el PAN, con Felipe Calderón Hinojosa y, el PRD, con Andrés Manuel López Obrador.
Calderón triunfó por un pequeño margen, mientras López Obrador argumentó fraude electoral y se proclamó presidente legítimo.
La quinta guerra de encuestas aflora con mayor ímpetu en el 2012.
Las encuestas, en general, vaticinaron el regreso del PRI, con Enrique Peña Nieto.
Y ganó por un pequeño margen. López Obrador impugnó las elecciones y desacreditó a las encuestas, en tanto la opinión pública agarró parejo y dejó en entredicho la veracidad de los sondeos.
Para el 2018 el país era otro.
La violencia se incrementó, el hartazgo de los mexicanos se recrudeció. No obstante, por encima de la inseguridad pública, algunas casas encuestadoras mantuvieron el paso redoblado en el trabajo de campo cara a cara; otras prefirieron los sondeos telefónicos y, otras más, se replegaron.
El frenesí demoscópico y sexta guerra de encuestas indicaba que el candidato de MORENA podría ser el próximo presidente.
Esta vez, las encuestas con prestigio coincidieron en los pronósticos: AMLO triunfó con más de 30 millones de sufragios.
Después de casi cuatro décadas, las mediciones continúan jugando un papel protagónico en México, tan es así que, dentro de un mes, MORENA recurrirá a la encuesta para que “el pueblo bueno y sabio” decida quién debe ser la corcholata que contienda por la presidencia.
¿Estará AMLO utilizando las encuestas para mostrar su vena democrática o para ocultar su dedo índice en el atole?