El Niño Fidencio, curandero de Espinazo N.L.

Sonya Santos DETONA: Donde el sol quema con fuerza, en el pequeño poblado de Espinazo, Nuevo León, floreció un ícono de fe y milagros que aún hoy resuena en la memoria colectiva.

Es la historia de José Fidencio de Jesús Constantino Síntora, mejor conocido como el Niño Fidencio por su voz de "niño".

Se cree que era debido al síndrome Klinefelter, un trastorno genético en varones causado por la presencia de uno o más cromosomas X adicionales, en el que pueden presentar ausencia de vello facial y corporal, complexión redondeada, testículos pequeños y voz aguda.

De pelo castaño y ojos claros, nació el 13 de noviembre de 1898 en Valle de las Cuevas, Guanajuato.

Se convirtió en un símbolo de esperanza y sanación para miles de personas que, en medio de la pobreza y la falta de servicios médicos, encontraron en él un refugio espiritual y físico.

Su infancia estuvo marcada por la pobreza y las privaciones, pero también por la generosidad de Enrique López de la Fuente, un amigo de la infancia. 

El destino parecía estar escrito: cuando López de la Fuente fue llamado para administrar una hacienda en el norte del país, volvió a buscar a Fidencio en 1921 y lo llevó consigo a Espinazo, NL. Fue ahí donde comenzaría a escribirse la leyenda.

La posrevolución había dejado a México en un estado de precariedad.

La falta de servicios médicos, la pobreza y las enfermedades acechaban a las comunidades rurales.

Fidencio, con una mezcla de fe, intuición y valentía, comenzó a atender a los enfermos.

No tenía conocimientos formales de medicina, pero su capacidad para curar dolencias y realizar intervenciones quirúrgicas con herramientas rudimentarias —pinzas de mecánico, vidrios de botella y navajas de afeitar— lo convirtieron rápidamente en una figura de veneración.

El prestigio de Fidencio llegó hasta las más altas esferas de la política. El 8 de febrero de 1928, el presidente Plutarco Elías Calles viajó a Espinazo para buscar su ayuda ante una misteriosa enfermedad en la piel. Con los años se ha especulado que posiblemente tenia lepra.

La visita fue histórica: el presidente se dejó tratar por Fidencio y, según los testimonios, salió curado.

El hecho no solo consolidó la fama del Niño Fidencio, sino que también atrajo a miles de personas que comenzaron a llegar desde todos los rincones del país, buscando alivio para sus males.

Espinazo se convirtió en un hospital al aire libre.

La Casa Grande, donde Fidencio vivía se adaptó para atender a enfermos.

Se levantaron chozas, carpas y tejabanes que los mismos peregrinos edificaban para los enfermos de tuberculosis, lepra y sífilis, ciegos, enfermos mentales… amén de otras más.

Era un ferviente católico que recorría los espacios con su crucifijo en la mano, bendiciendo a cada paciente y acompañándolos en su sufrimiento.

Los paralíticos se reunían alrededor de El Pirulito —un árbol de pirul— donde Fidencio, subido en sus ramas, lanzaba frutas y verduras que, decía, llevaban consigo el poder de la curación divina.

Sus métodos y su creciente popularidad también generaron controversia.

Algunos lo acusaron de charlatán; las autoridades eclesiásticas y médicas lo observaron con recelo.

Pero para el pueblo, Fidencio era un santo en vida.

La frase que solía repetir: “No son pobres los pobres, ni son ricos los ricos; sólo son pobres aquellos que sufren por un dolor”,  quedó grabada en la memoria y en los muros de Espinazo.

El 19 de octubre de 1938 falleció de causas naturales, pero su legado sobrevivió a su partida.

A los tres días de su muerte, según la tradición fidencista, resucitó espiritualmente a través de una médium.

Así nacieron las "cajitas" o "materias": hombres y mujeres que, poseídos por el espíritu de Fidencio, continúan sanando y transmitiendo su mensaje.

Hoy, Espinazo sigue siendo un centro de fe y peregrinación, miles de fieles llegan para celebrar su vida y buscar consuelo.

Las cajitas se visten con capas y coronas, simbolizando la continuidad.

Algunos rezan, otros buscan una curación; todos llevan la esperanza de ser tocados por el milagro del “santo”.

El Niño Fidencio no fue canonizado por la Iglesia Católica, pero para quienes acuden a Espinazo, su santidad está más allá de cualquier reconocimiento oficial.

Su historia, tejida entre la fe y la tradición popular, ha trascendido el tiempo.

Más que un curandero, fue un símbolo que nace en medio de la adversidad.

Hoy es día de su santo, San José, y en el marco de su festejo, el fin de semana pasado tuve la oportunidad de visitar Espinazo gracias a mi amigo el historiador David Canales.

Desde el camino polvoriento que conduce al templo, era evidente la devoción de quienes acudían al llamado del Niño Fidencio.

Hombres y mujeres, algunos con niños en brazos,otros apoyados en bastones o sillas de ruedas, avanzaban con la mirada fija en la lejana silueta del mar de gente.

Otros caminaban descalzos, de rodillas, enfrentando el calor y el polvo como una forma de penitencia, con la convicción de que ese sacrificio les abrirá las puertas a la sanación.

Ver a esa gente humilde y vulnerable, con rostros marcados por el sufrimiento y la esperanza, me conmovió hasta las lágrimas.

Era imposible no sentir el peso de sus ruegos, la carga de sus plegarias silenciosas

Dentro de la Casa Grande, el sitio donde Fidencio vivió y realizó muchos de sus milagros, la atmósfera era sobrecogedora.

Las paredes estaban cubiertas de fotografías, agradecimientos y ofrendas de quienes aseguran haber sido curados por él.

Junto, en otra habitación, la tumba de Fidencio estaba rodeada de velas encendidas y rosarios, mientras algunos fieles rezaban en silencio, tocando la piedra con sus manos temblorosas.

Lo que más me impactó fue la fe absoluta de esas personas.

No importaba si las curaciones de Fidencio eran milagros o actos de autosugestión; lo verdaderamente conmovedor era la certeza con la que la gente confiaba en él, en su legado, en esa posibilidad de alivio que, aunque efímera, les daba fuerzas para seguir adelante.

Salí de Espinazo con el corazón lleno de emociones encontradas: tristeza por el sufrimiento que presencié, pero también admiración por la fortaleza y la fe de aquellos peregrinos que, a pesar de todo, siguen creyendo en la posibilidad de un milagro.

Termino este pequeño testimonio sobre mi visita a Espinazo Nuevo León diciendo que, hay muchas versiones sobre el origen, la infancia y la vida de Fidencio, y todas son diferentes, incluso contradictorias entre sí; su mito se fusiona con las leyendas populares, creando un relato que trasciende el tiempo.

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Sonya Santos

Investigadora de gastronomía y cultura. A dictado conferencias y juez de concursos de artesanía. Miembro del patronato del Museo de Arte Popular, Museo Tamayo y Museo José Luis Cuevas. Autora del libro sobre mercados de México: "Pásele Marchanta".