El sueño de una noche otoñal
Érase una vez una pequeña ciudad provinciana llamada Monterrey. Un gran nombre con el que sus fundadores la habían bautizado, esperanzados de que algún día fuera grandiosa, como los cerros y montañas imponentes que la rodeaban. Primero nace como un caserío y poco, como una lenta llamarada del tiempo que crece por el espíritu y la cultura del trabajo de sus moradores que habían llegado más allá del mar con el propósito de formar América.
Pasan siglos y aquel pequeño lugar va creciendo gracias a la cultura del trabajo y los trenes que traían y llevaban las mercancías, ya que que ahí se producían vidrio, cerveza y toda clase de enseres, y así el comercio florecía, pero faltaba algo que como decía Jefferson el gran presidente norteamericano: “nuestros abuelos tuvieron que trabajar la tierra para que sus nietos pudiéramos apreciar el arte".
Venían a los pocos teatros existentes y esporádicamente giras de cantantes cómicos y bailarines, así como la gran Ángela Peralta, Imperio Argentina y Don Daniel Zambrano que había estudiado con Liszt en Europa, por lo que se logró poner la gran escuela para enseñar piano, solfeo, etc, entre sus habitantes.
Era tan rápido el crecimiento de sus industrias, que ya se necesitaban actividades creativas como efecto liberador, curativo y de desarrollo personal.
Era por eso que los grandes empresarios y gobernantes accedieron a la filantropía para que brotara de esta tierra semidesértica y solo con acordeones, encontraran en las diferentes expresiones artísticas, el efecto liberador y curativo de desarrollo personal apoyando el desenvolvimiento de las artes y la cultura en una sociedad en la que tanto hacía falta. Surgieron entonces universidades, colegios, academias.
Quién diría que Yolanda, mi compañera de colegio y amiga a la que quiero y admiro muchísimo fuera la que hiciera filantrópicamente la derrama de un ballet que compite a nivel mundial.
De niñas conversábamos de los grandes espectáculos neoyorquinos que ella en sus viajes asistía y nos contaba primero de las grandes obras musicales que las chicas soñábamos con ver algún día.
Luego su mundo creció y ahora hablaba de las óperas y del ballet, que es su pasión.
Su trabajo es intenso, ya que las 24 horas del día lo piensa, lo sueña, consigue escenografías, etc.
Pasado el tiempo, las artes nos unirían.
La casona en la que se encontraba mi oficina como Directora de Cultura, tenía una gran piscina y se nos ocurrió sellar y construir allí con el beneplácito del alcalde un gran salón para que por primera vez sus bailarines tuvieran el espacio perfecto y allí, con la magnífica idea de Yolanda se formó el ballet, con lo que ya nuestra ciudad, con mi amiga de niña, iba a entrar en serio en la historia de la cultura.
El Ballet de Monterrey tuvo una espectacular presentación en el Jardín de los Sabinos, con la presencia de personalidades importantes de la ciudad como Mónica Sada, Alberto Villarreal, José Wapinsky, Lupina Gonzalez, Federico Garza Lagüera, Lupina Salinas de González, Yolanda Garza Santos, Roberta Belden, Ernesto Santos Zambrano, Roberta Zambrano, Javier Garza Sada y autoridades de San Pedro.