La última y nos vamos… ¡a la fregada! Guía para sabios que sacan de quicio
Prometo solemnemente retar los dogmas, el statu quo.
María Fernanda García Sada
“¡La última y nos vamos!”, seguramente hemos pensado y actuado esta frase. A menudo termina pésimo. Vaya lapsus mental: “¿Qué tanto es tantito?”. Pues ¡un chorrote!
Hace unos años atendí clases en The School of Practical Philosophy & Meditation en Nueva York. La primera pregunta nos sacudió la mente:
—¿Qué es la sabiduría? —la maestra, frente al pizarrón y con gis en mano, estaba más que lista para las respuestas.
¡Sopas! Con mi uso del clásico sarcasmo que me caracteriza deseaba regresársela: “¿De casualidad no quiere cuestionarnos sobre cómo funciona la física cuántica?, No sé, contestar ¿qué son la energía y materia oscuras? ¡Sería más fácil!”.
No dije nada… en un principio. Nos la puso muy difícil. No podíamos usar el internet para investigar, teníamos que pensar, hacer introspección, emplear la reflexión a través del conocimiento y la experiencia, el mecanismo fundamental de la materia.
Mientras los estudiantes se concentraban más bien en las características como amor, compasión, ética, respeto, verdad, prudencia, justicia, sensatez, and so on , ¡tuve un chispazo! Alcé la mano para participar:
—Es decir y actuar (o no hacerlo) en el tiempo y lugar correctos, con la o las personas correctas (o sin ellas).
¡Ajá, más fácil dicho que hecho!
Aunque podamos acertar en la respuesta, poner en práctica la sabiduría es difícil, una responsabilidad casi imposible. Después de un sinnúmero de regadas caemos en cuenta de que la buena aplicación del conocimiento, a través de la experiencia, es básica para alcanzarla. Creyendo saberlas casi todas por un ego que nos ciega, erramos; mas no perdemos fe ni esperanza, ensayamos diariamente. Además, ¡no tenemos de otra!
Por ejemplo, ahora que estamos sufriendo la canícula, y, por consiguiente, de cortes en la luz, gente se pone a experimentar con la electricidad. ¡Por favor, no lo hagan, sus vidas corren peligro! Una clara muestra de qué no hacer es la siguiente:
Y es que nadie es 100% sabio. Somos ignorantes, seguimos ilustrándonos. Como dijo Confucio: “Aprender sin pensar es tiempo perdido; pensar sin aprender es peligroso”.
Tenemos momentos de iluminación y de oscuridad, ya sea parcial o totalmente. En ese espectro luminoso oscilamos entre los dos extremos: los sabios que poseen el grado más alto de conocimiento profundo y los sabios que sacan de quicio.
La primera clase no tiene problema; la segunda es digna de estudio y de una seria barrida porque, quizás, no son mal intencionados.
Otro ejemplo: para combatir la ansiedad, podemos hacer ejercicio o comer. El primer modelo a seguir es la mejor y más saludable opción, ¡obvio!, pero elegimos no hacer caso a la sabiduría. Comer es una adicción que nos secuestra la voluntad, la temperatura también (sin albur), como vemos a continuación:
Si estamos aburridos y queremos que algo emocionante suceda, podemos crear en lugar de provocar. No vas a meterte a un chat de veganos (y menos a 45°C) para preguntar: “¿A qué hora es la carne asada?”. Es obvio que la raza vegetariana se va a calentar. Tampoco le vas a mandar un “¿Listo?” con una foto así a un pescatariano:
Emplear la sabiduría es fundamental para el desarrollo, convertirnos en mejores seres humanos, lograr una sociedad buena, ética, equilibrada, justa y avanzada. Les dejo un video corto sobre la sabiduría:
Hacer pausas, informarse y pensar antes de actuar es la base.
Grábense bien estas dos categorías de sabios porque influirán en todos mis escritos. ¿A cuál clase queremos pertenecer, a los iluminados o a los obtusos?