¿Me regala un vaso de agua?
Recuerdo que la gente tocaba a la puerta de mi casa y pedía un vaso de agua. “Un vaso de agua a nadie se le niega”, decía mamá.
Y era normal que desconocidos sedientos tocaran la puerta para pedir “tantita agua” o permiso para entrar al jardín y tomar directamente de la manguera.
Mamá prefería darles el vaso de agua. Eran otros tiempos, había confianza.
La primera vez que fui a París en los años ochenta, advertí que las tiendas de conveniencia vendían agua embotellada. Me saqué mucho de onda y me dije a mí mismo:
Qué mal que los europeos comercialicen el vital líquido.
En México eso nunca sucederá, el H2O no debe ser negocio de nadie -pensé ingenuamente.
Craso error.
Empezando los años noventa, el agua se volvió un negocio multimillonario en México.
Grandes empresas y enormes intereses de propios y extraños inyectaron una monstruosa y efectiva mercadotecnia que, disimuladamente, nos obligó a otro estilo de consumo.
Y así empezamos a tomar el agua embotellada, mientras nos atragantábamos el bombardeo publicitario de la embaucadora mercadotecnia.
Coca-Cola, Nestlé, Pepsico, Danone, Bimbo, Aga, además de compañías cerveceras, entre otras industrias, han explotado, sin misericordia, los mantos acuíferos, ríos, presas, represas, pozos…
Y lo siguen haciendo.
Vivimos en babia frente a las triquiñuelas de un mercado negro repleto de añejas concesiones difíciles de rescindir.
Estamos rebasados por los subterfugios de los grandes emporios.
Y encima del desabasto, la sequía.
No está fácil.
El problema tiene años y es monumental.
¿para qué nos hacemos güeyes?