Quevedo: el olvidado apóstol del árbol
El puente sobre el río Magdalena y la capilla de San Antonio de Padua, en Coyoacán, es un antiguo y bello conjunto arquitectónico novohispano, el cual sobrevive a los embates antiecológicos en la Ciudad de México.
Por su íntima belleza, el recóndito lugar mereció ser plasmado en 1855 por el maestro italiano Rafael Landesio, maestro de José María Velasco en la Academia de San Carlos.
El óleo intitulado “El puente de san Antonio en el camino de san Ángel, junto a Panzacola”, se conserva en el Museo Nacional de Arte.
Panzacola era el nombre del antiguo rancho y hoy se llama así, la calle adyacente al convento de los Misioneros del Espíritu Santo, al pie del puente.
Al comparar la perspectiva del cuadro decimonónico con la vista actual, desde el Callejón del Río, mirando hacia el Ajusco, no se puede apreciar la belleza del conjunto, oculta por el alto follaje de los árboles.
Se requiere aplicar un buen diseño de paisaje, con una poda apropiada sin talar, para recuperar su hermosura, en armonía con la naturaleza.
Tampoco ayuda la maraña de cables que perjudica la fachada de la capilla y que afea el puente, por lo que deberían ocultarse en conductos subterráneos.
Aunado a lo anterior, en el centro del puente, vándalos borraron una inscripción labrada en cantera del siglo XVIII y la pintarrajearon.
Lo único legible que queda del bajorrelieve es una fecha: “…en 2 de febrero de 1763”.
Francisco Sosa es la calle más hermosa de Coyoacán y la de mayor abolengo
Aquí vivieron conquistadores, bibliotecarios, monarcas, cronistas, presidentes, embajadores, pintores, banqueros y monjas, y aquí murió Octavio Paz.
Aquí también residió el llamado “Apóstol del árbol”, Miguel Ángel de Quevedo, quien donó los Viveros de Coyoacán, primero en el país, para ayudar a combatir la contaminación del aire.
La antigua finca de Quevedo ha sido subdividida y ahora está en venta la fracción de terreno conocida como Arboretum, en Francisco Sosa 440, esquina con Panzacola.
Es un sacrilegio convertir hoy en estacionamiento clandestino de autos el paraíso forestal que el ingeniero cultivó y aclimató con especies valiosas y raras traídas del extranjero
A unos pasos del Arboretum, en el tramo descubierto del río Magdalena, entre el puente y los Viveros, fluyen las aguas negras provenientes de Los Dinamos, área supuestamente protegida, las cuales despiden un fétido olor y sirven para regar las plantaciones de los Viveros, antes de desembocar en el entubado río Churubusco.
En la rivera poniente del río, la base del tronco de un robusto fresno fue quemado, y donde corría la savia de la vida, es ahora un gran hueco negro de hollín.
Si a unos pocos kilómetros del puente novohispano se encuentra la sede de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), encargada de preservar las aguas en todo el país, incluyendo las de este maloliente riachuelo, responsable de su administración sustentable junto con el gobierno de la Ciudad de México y las alcaldías de Magdalena Contreras y Coyoacán, en la indolencia de la sociedad, ¿qué podemos esperar de la contaminación fluvial en todo el país?
Entre la maleza, una placa del gobierno de la Ciudad de México nos exhorta: