Diez años sin Carlos Fuentes
El pasado 15 de mayo se cumplieron 10 años de la muerte de Carlos Fuentes. A mediados de los años 80 y principios de los 90, surgió el deporte nacional de criticarlo. Ganaba prestigio el que mejor lo hiciera.
Enrique Krauze publica en junio de 1988 en la revista Vuelta de Octavio Paz el ensayo La comedia mexicana de Carlos Fuentes, que en inglés aparecería en The New Republic bajo el título The Guerrilla Dandy.
Krauze cree acorralar a su presa en el rincón de la historiografía. Acusa a Fuentes de pésimo historiador, profesión que el escritor nunca asumió, al menos no de forma deliberada.
Por ejemplo, para Krauze, La Campaña (1990) es una parodia de la novela histórica. Cristóbal Nonato (1987), que Fuentes escribió una novela histórica que no funcionó bien, en vena humorística.
TERRA NOSTRA
Ambas obras son hijas de Terra Nostra (1975), la novela total de Fuentes, abrevadero imaginario en donde la historia estalla en pedazos.
Terra Nostra consuma y consume la novela histórica al uso. La identidad española y azteca, simbolizada por el Templo Mayor y El Escorial, Moctezuma y Felipe II, es un espejismo, un juego de dualidades y suplantaciones. Mesoamérica y España mezcladas en un mismo tropo.
Fuentes pública su novela total el mismo año en que acepta ser embajador en Francia, representando al nuevo gobierno de Luis Echeverría. Fueron 26 meses en esa legación, que reforzaron en Fuentes su faceta de compañero de ruta del Estado mexicano ("Echeverría o el fascismo").
Desde entonces recibiría todas las prestaciones, emolumentos, premios y estímulos del régimen autodenominado "de la Revolución Mexicana". Bien merecidos.
Una hermandad curiosa, de beneficios mutuos, que no oculta la crítica literaria más devastadora a la corrupción de los gobiernos revolucionarios y mandato de los generales devenidos en millonarios (del caballo al Cadillac; de la Toma de Torreón a Las Lomas). Me refiero a La muerte de Artemio Cruz (1962), la novela excepcional de Fuentes.
Artemio Cruz es el arquetipo mexicano que rompe sus propios moldes y se suma al redil de los personajes casi corpóreos de la mejor tradición novelística, la incorporación de las más modernas técnicas narrativas y su correlación con el cine (Cruz es la versión del mexicana del Ciudadano Kane).
Ese mismo año, como campo paralelo, o como mirada al otro lado del espejo de Artemio Cruz, Fuentes publica Aura, una pequeña novela que bastaría para que Fuentes ocupara un lugar primordial en la narrativa de América Latina.
La centenaria Consuelo, Felipe Montero y sus dobles fantasmales, son figuras que perpetúan el laberinto de la soledad mexicana.
Esos intercambios de identidad, esas dualidades paradójicas, también las encarna madre e hijo en la novela Zona Sagrada (María Félix y Enrique Álvarez Félix, júnior convertido literalmente en perro de su progenitora) y en los dos parejas viajeras a Veracruz que por azar pernoctan en Cholula de la novela Cambio de piel (genial), ambas obras de 1967.
En 1958, corre el rumor de que el buen narrador que es el joven Carlos Fuentes tras la publicación de su libro de cuentos Los días enmascarados, dará a luz su primera novela, como versión literaria de los murales de Rivera, Orozco y Siqueiros.
La región más transparente...
...es la novela urbana de la mexicanidad, y una crónica de la Ciudad de México.
Su técnica de ensamble, su coro de voces, son lo mismo herencia de la escuela plástica del cubismo, que versión escrita de los frescos que ilustran la historia de México.
Solo quienes hallan vivido lo suficiente en la Ciudad de los Palacios apreciarán en su justo valor esa condensación narrativa de todos los rincones, aromas, imágenes, psicologías y tradiciones que se amontonan en un mismo tiempo y espacio.
"En México no hay tragedia; todo se vuelve afrenta".
Esta primera novela pudo ser escrita por un muchacho ambicioso, multifacético, de izquierda, que vivió el New Deal de Roosevelt, en Estados Unidos.
El Frente Popular de Pedro Aguirre, en Santiago de Chile.
El régimen de Lázaro Cárdenas, en México.
Un muchacho itinerante, nómada, gracias a la profesión diplomática de su padre, Rafael Fuentes, jalapeño de origen alemán, ateo y liberal.
Y una madre, Bertha Macías, que lo llevó a conocer el cine, con el mismo asombro del coronel que lo llevan a conocer el hielo. (NOTA DEL EDITOR: en la inmortal "Cien años de Soledad", de Gabriel García Márquez).