Hecho en México
Mes y medio de la presidencia de Donald Trump nos permite ver el bicho político que está comenzando su segundo periodo en la Casa Blanca.
Más altanero y petulante, más malcriado e insolente, bien asentado en el poder y con un mandato popular que no se veía en tiempos de paz desde hace 40 años.
También ya debe estar claro que la característica transaccional que mostró en su primer periodo ha evolucionado al chantaje descarnado y avasallante para que las cosas se hagan a su manera y en el momento que quiera.
- La imposición de aranceles a sus principales socios comerciales, México, Canadá y China, sacudió los mercados por el impacto que tendría en la economía global, aunque horas después de entrar en vigor se anticipó que los relajaría.
- Los mercados se tranquilizaron y las angustias en gobiernos y sectores industriales se aplacaron, pero nadie puede estar contento.
- Trump jugó al policía malo y su secretario de Comercio, Howard Lutnick, al policía bueno. Lutnick tejía y, por la noche, Trump, como Penélope, deshacía lo avanzado.
- Lutnick lanzaba señales de confianza que la acidez arrogante de Trump borraba.
Las últimas 48 horas debieron haber sido una clase exprés para la presidenta Claudia Sheinbaum sobre su vecino y principal socio comercial.
Quitando algunas cursilerías y lugares comunes reiterados en sus discursos, se aprecia que empieza a haber un cambio en su actitud, dispuesta a enfrentar a Trump sin la altanería que le sale al toro empoderado y rencoroso por todos los poros.
No puede hacer otra cosa después de su prepotente comportamiento en el discurso sobre el Estado de la Nación el martes en la noche, donde dijo que si México envió a 29 capos del narcotráfico fue por la presión de los aranceles y para que estuviera contento.
¿Cuál es el objetivo final de Trump?
Quizás ni siquiera él lo tiene claro.
Negociar con él es un ejercicio que requiere partir de varias premisas: que pueden caer en una emboscada (como el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski); que puede insultarlo cuando terminen de hablar (como al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau); que puede extorsionarlo (como sucedió con Panamá); y la primera, que no es un líder confiable porque su palabra no se apoya en la verdad ni existe garantía alguna de que respetará lo que en privado se comprometa.
Trump lo está haciendo porque puede.
Pero aún más, porque juega perfectamente a las emociones.
Un panel que organizaron la cadena de televisión y YouGov para evaluar el discurso de Trump el martes en el Capitolio midió lo que les hizo sentir: esperanza (68%), orgullo (54%), preocupación (27%) y enojo (16%). También calibró cómo lo vieron: presidencial (74%), entretenido (74%), inspirador (71%), unificador (62%) y divisivo (46%).
El mensaje tuvo un fuerte impacto positivo para Trump, aunque el promedio de calificación de su joven gobierno no llega a esos niveles.
De acuerdo con el agregador de Real Clear Politics, el 48% lo aprueba, pero el 47.5% no.
Ante este mercurial y peligroso personaje, Sheinbaum pidió la unidad nacional.
Su llamado es político, que habría sido más convincente si lo hubiera hecho como jefa de Estado, no como militante de Morena, si hubiera escogido hablar a todos los mexicanos en cadena nacional, en lugar de llamar a un mitin político el domingo para que el partido movilice sus clientelas y llene el Zócalo.
Cada quien decidirá cómo participa también en la fortaleza de México, pero todos debemos tener claro que la pistola de Trump seguirá cargada y lista para disparar.
El “alivio” que dio por un mes a los aranceles al sector automotriz en México y Canadá será continuidad de los chantajes y extorsiones que ha venido haciendo.
Sheinbaum no tiene mucho para dónde hacerse.
Pero nosotros, como ciudadanos, ¿por qué no contribuimos a la fortaleza nacional?
Empecemos por castigar a las empresas estadounidenses saboteando sus productos y no viajemos a ese país.
Dejemos la pasividad de lado y sigamos a los canadienses, cuya sociedad, más allá de sus preferencias políticas y posiciones ideológicas, se le está enfrentando a Trump.
Las guerras comerciales no se ganan con armas, sino elevando los costos de embarcarse en ellas.
Un anuncio de la cerveza Molson televisado hace un cuarto de siglo con la frase “Soy canadiense” ha sido motivo de orgullo una vez más, retomando su vieja popularidad.
No se trata solo de un patrioterismo cosmético ni se limita a cantar el “O Canada” y abuchear el “Star-Spangled Banner” cada vez que lo tocan en certámenes deportivos.