¿Inteligencia o estupidez colectiva?
Prometo solemnemente retar los dogmas, el statu quo.
María Fernanda García Sada
Después del cariñoso coscorrón de bienvenida que les di, ¡ahora les va una cachetada!
¡Jajaja! Esto va in crescendo. ¿¡Cómo les quedó el ojo!? ¿Octagonal? ¡Excelente!, ahora que tengo su atención, disequemos las causas para advertir las consecuencias.
La moneda llamada “colectividad” tiene dos caras antagónicas. “Dios los hace y ellos se juntan”, advierte el dicho popular. En grupos podemos ser inteligentes o estúpidos.
Si todo sale bien no protestamos, pero si se toman paupérrimas decisiones, caen las broncas y nos afectan a todos para lo peor. La sociedad se divide y polariza, pelean ciegos contra clarividentes.
Todas las decisiones tienen beneficios y perjuicios, pero unas son mejores y otras peores.
No existe la perfección. Al transcurrir el tiempo, la subjetividad delirante de sentirnos infalibles o falibles (según sea el caso) se desvanece y la realidad objetiva termina por darnos una presea o un porrazo.
¿Por qué y cuáles son las diferencias?
Resumo la exposición de esta materia desarrollada magistralmente por Sabine Hossenfelder, una física teórica autora de Perdida en las matemáticas: cómo la belleza lleva a la física por mal camino.
En ciencia y teoría de sistemas sucede un fenómeno llamado comportamiento emergente cuando una entidad interactúa con otras en conjunto, no por sí sola, como una ola, una parvada de cotorros y los rebaños. Sólo existen en el nivel colectivo. Esto aplica para los seres humanos cuando decidimos, coordinamos y actuamos en grupos.
Las hormigas son ambivalentes. Por desgracia siguen fila y pueden formar un espiral de muerte si se equivocan al andar, un gran ejemplo de estupidez colectiva.
¿Cualquier parecido con su realidad es mera coincidencia?
Slap! ¡Saquen sus conclusiones!
¿El otro lado brillante con la esperanza de superarse? Las hormigas pueden derrotar a enemigos mucho más grandes que ellas, un ejemplo de su inteligencia colectiva. Atención: ¡les acabo de hacer un guiñototote a los mexicanos y a la comunidad mundial para lo que viene!
El comportamiento emergente lo encontramos en aplicaciones modernas: es empleado en el crowdsourcing, la bolsa de valores y la inteligencia artificial al recolectar información valiosa.
Funciona cuando los mecanismos están bien configurados y la gente participa de manera independiente, no con sesgo.
Los individuos ceden o desafían a un grupo mayoritario en los experimentos de psicología social Asch y Miligram y comprueban este principio sistemático: tendemos a comportarnos como borregos de un rebaño, aprobamos o consentimos por presión o influencia, incluso cuando la percepción o creencia íntima nos dice que estamos equivocados. Cuando las decisiones se toman por concurso de popularidad y no por capacidad como en el ámbito político, ¡es mucho peor!
El comportamiento emergente también sucede con la información en cascada: la persona tiende a ignorar su propio conocimiento y distribuye los datos de otros, así sean equívocos. Puede funcionar para alertas o emergencias, pero entorpece y destruye cuando hay desinformación y fake news.
Según Hossenfelder, las cascadas de información aunadas al comportamiento de rebaño acarrean consecuencias. Señala las desastrosas, como las compras de pánico por pandemia y los crashes financieros. Yo agrego otra trascendental: la aprobación de acciones y/o elección de dirigentes que deciden el destino y/o suicido de una corporación, entidad, comunidad, estado, país u organismo. Salvo contados estadistas, en los puestos públicos, a menudo gana un candidato o una candidata sin meritocracia.
Con los avances de la inteligencia artificial, esa línea se borrará. La verdad podría convertirse en una diosa todavía más evasiva. De por sí batallamos con el sesgo, la ambición desmedida y los intereses personales, al rato no podremos distinguir la información real de la falsa.
Comparto el video que ilustra este tema:
“¿Qué aprendemos de esto?”, cuestiona la científica. Exponer toda la información, evitar la oblicuidad, elaborar tablas de prioridades, estar atentos a lo que se dice en los medios de comunicación y las redes sociales porque no todo es cierto o fidedigno, indagar, hablar con otros que saben o tienen experiencia, hacer pausas para pensar y evitar el sesgo egocéntrico.
Evalúen, determinen los retrocesos, los avances, y las áreas de oportunidad.
Como dicen los gringos: “Decisions, decisions!”.
La simbiosis es inevitable: si queremos hacernos bien a nosotros mismos, también debemos de preocuparnos por el bienestar del prójimo. Es lógica y ciencia. No pierdo la fe de que podemos ser inteligentes en conjunto.
¿Por qué nos debemos preocupar? Las razones son obvias, pero hay otra poderosísima que comienza a afectar: las capacidades y habilidades de la inteligencia artificial. Apasionada del conocimiento, los invito a continuar leyendo mi columna. ¡Esto se va a poner color de hormiga!