Los nuevos Apóstoles
Con los amigos de muchos años uno nunca sabe si te están hablando en serio o en broma cuando se meten a comentar, por ejemplo, el tema de la política, así en general, como se suele identificar en los cafés y reuniones a lo que el periodista mexicano Armando Fuentes Aguirre, “Catón”, llamaba, como título de su columna, “De política y cosas peores”.
Por ejemplo, llego una tarde al café y encuentro a uno de mis cuates de toda la vida leyendo nada menos que el libro más reciente de Andrés Manuel López Obrador (Presidente de México), titulado “A medio camino”, cuando yo esperaba que tuviera en sus manos alguna de sus lecturas habituales: Mann, Stendhal, o Balzac, pues hace días lo había visto con un grueso volumen de “La Comedia Humana” en sus manos.
No sólo fue el hecho de que estuviera leyendo algo tan inusual (e insufrible propaganda política), sino que se pusiera a comentarlo con entusiasmo, como lo hacía recientemente con José Saramago y “El evangelio según Jesucristo”.
En verdad, me desconcertó. Primero, supuse que estaba bromeando, pero enseguida me di cuenta que hablaba en serio.
Por tanto, en lugar de la sabrosa conversación habitual del café, me dispuse a recibir una cátedra de mi amigo sobre las bondades del libro y de López Obrador. No quise entrar en polémica, sólo le dije que tomara con algo de reserva lo que el autor decía a su favor, que leyera otras cosas para comparar y me dispuse a cambiar el tema de conversación. No es cosa de perder una larga amistad por culpa de un tonto libro de propaganda de un político populista.
Otro amigo más, muy apreciado, subió a las redes sociales una nota de un periódico regiomontano en donde ambos laboramos hace años: una escuela rural en Nuevo León recibió el premio (20 millones de pesos) del boleto de la Lotería Nacional en la rifa del dichoso avión presidencial sumamente difundida por López Obrador, en un sorteo lleno de opacidad y elevadas y fundadas sospechas de desvío de recursos.
No importando la sombra de duda, por decir lo menos, que rodea a ese sorteo, mi amigo lo resaltaba como un logro y una prueba fehaciente (en los evangelios les llamaban “milagros”) de la buena fe de nuestro Presidente y de la mala fe de sus adversarios políticos.
No tendría ningún problema con leer o escuchar a los amigos que así opinan, el aprecio hacia ellos no merma. Esas coincidencias entre amigos a los que considero gente de razón e inteligencia, que no se conocen entre sí, pero que comparten el mismo evangelio político, me hizo pensar en ellos como “Los Apóstoles”, no de Jesucristo, sino de alguien más terrenal, pero igualmente mesiánico:
El actual Presidente de México, hágame usted el recabrón favor, como se dice coloquialmente en México.
Escribo ahora en una mañana de domingo plácida, la casa en silencio, al lado una buena taza de café. No es momento de intentar un análisis profundo de la psicología de masas, la comunicación manipuladora y la propaganda, sino de pensar en los amigos y el hecho inquietante de que ellos, sí, ellos a quienes aprecio y considero listos e instruidos, se vean envueltos en la neblina de las ideologías (suena a frase de novela del siglo 19, pero es cierta), dejen a un lado su capacidad de razonamiento y crítica y decidan que su vida pública se define a partir de qué postura toma la gente con la que se relacionan en torno a su Mesías.
Además, como buenos Apóstoles, intentan, cada vez que hablas con ellos, llevarte a su único tema de charla y convencerte de las bondades de su religión y su Salvador. No valen a mi favor los 40 y pico de años de amistad ni la risa irónica con la que trato de disuadirlos, pues tienen la perseverancia de un Testigo.
Hasta aquí dejo este comentario como un testimonio de que, Apóstoles o no, los sigo considerando mis amigos, cuadernos de doble raya como se decía en el barrio. Además, si algún día, queridos lectores, me ven por ahí exaltando un nuevo evangelio político con libros del Mesías en mano, servirá esta reflexión como evidencia escrita de que yo tuve uso de razón (una pizca aunque sea) antes de convertirme en Apóstol, oficio del cual alguna experiencia obtuve en mis tiernos días veinteañeros, pero del cual me zafé, en ese entonces. a tiempo.
No sé a qué temerle más: al Coronavirus o a los nuevos Apóstoles y su Evangelio.
Ojalá Saramago los ayude a entrar en razón de nuevo, ¡los esperamos de regreso!.