Mi abuelo el Dios
Mi abuelo el Dios
“¿Y vamos a morir?”, preguntó un amigo.
A morir por esta pandemia, se refería.
Yo, yo no puedo, tengo tantas cosas qué hacer,
tantos sitos que visitar, tanto amor por darle a mis hijos,
tantos malos entendidos que aclarar.
No puedo morir, no tengo tiempo
para esa ceremonia.
Me falta mucho por hacer.
Caminar por Taormina desde el Frangélico,
comprar todas las cerámicas de ángeles
y también espadrilles.
Comprar en Mexico la muñeca azul
con sombrero que nunca adqurí.
Comer un chile en nogada de Alejandra,
decirle que la amo.
Irme con Sony de viaje,
a tomar en París clases de cocina.
Darle a Neto todos los abrazos
y besos que me faltan,
y oírlo decir: "ya sé lo que me
quieres decir decir decir…”.
Viajar en un velero en el Egeo,
en donde nació Afrodita.
Regresar a Venecia, hospedarme
en el antiguo palacio a hacer el amor.
Bajar a ver los leones de la iglesia,
tomar un gelato y un capuchino,
en el café Florian.
Aprender todos los libros que me faltan,
sentada en un jardín mío,
en una casa de muñecas,
que yo construí y perdí.
Quiero regresar un día a la Isla del Padre
en septiembre, hacer un castillo,
y que Alejandro González Barrientos,
me cuente otro de sus cuentos del antiguo marinero,
aquél que seducía a las sirenas o al revés.
Quiero dormir como cuando era niña,
Quiero sentir el amor de Ernesto, su pasión
por mí, que me diga que me amaba desde niña.
Esta pandemia no se llevará lo mejor de mí,
sin haberlo vivido otra vez, de ninguna manera.
Vamos a sobrevivir para encontrar la
cara que siempre quise ver,
la de Dios como amigo, la de mi abuelo,
que para mí, fue la cara de un Dios.