¿Para leer al pato Donald?
Un apreciado amigo y encumbrado político con un gran conocimiento de la vida pública y la comunicación de masas, me dio ayer una frase que me hizo reflexionar sobre el quehacer del análisis político y el comentario periodístico que debería estar basado en investigación, en fuentes informativas fidedignas y en la capacidad de obtener información veraz, cosa que hoy en día está muy distante de serlo de esa forma.
Sin referirme a ningún evento o nota en particular, porque como dicen en el argot periodístico: “perro, no come perro”, me parece que la frase aplica a muchos escenarios de la política actual y por ello la comparto: “a veces dan risa leerlos o escucharlos, así como ver la capacidad de ‘imaginación’ que tienen los comentaristas”.
Y es que la proliferación de medios alternativos de comunicación, streamings, portales digitales, revistas y cualquier cantidad de columnas políticas, nos hacen detenernos a analizar de cómo este género periodístico ha cambiado a lo largo de las décadas.
Recuerdo allá por los 80s cuando cursaba las clases de periodismo y opinión pública, que desde entonces eran de mis favoritas, era una gran aventura analizar las plumas de los grandes periodistas de la talla de Julio Scherer García, en el antiguo periódico Excélsior y en la revista Proceso, mientras que a nivel local en Monterrey las letras de Francisco Cerda Muñoz, Abelardo Leal, Jorge Villegas y los viejos decanos, de quienes uno sabía que lo que escribían venía de una fuente oficial y era información privilegiada por su buen oficio y credibilidad, que seguramente marcaría agenda.
Las columnas políticas institucionales de los medios más destacados a nivel nacional y local, en los 80s y los 90s, estaban llenas de primicias, información privilegiada y temas que al día siguiente serían las notas de ocho columnas y marcarían agenda.
En la actualidad, eso ha ido quedando en el pasado y hoy vemos como varios medios publican en sus columnas la misma información, lo cual quiere decir que los comunicadores oficiales hicieron bien su trabajo de boletinar y publicar sus temas de interés, mientras que es cada vez más raro, con sus honrosas excepciones, que esas secciones que antes eran las primeras que leíamos en el círculo rojo, traigan algúntema exclusivo que establezca agenda.
Lo mismo sucede con el genero periodístico del análisis político que en las décadas pasadas estaba representado por analistas o periodistas que solían tener información exclusiva y privilegiada, lo que los hacía mantenerse como lectura obligada por la clase política.
Actualmente, abundan los analistas y comentaristas que, como comenta mi amigo con mucha sapiencia, tienen una gran imaginación para escribir y, añadiría yo, son expertos en el rumor y en el chisme, haciendo del análisis político algo muy parecido al periodismo del espectáculo, en el que las especulaciones y conjeturas son normales.
Lo anterior me trasladó una vez más a las aulas y recordé en alguna clase de comunicación de masas, un clásico de la política, titulado “Para leer al Pato Donald”, del argentino-chileno Ariel Dorfmann y del belga, Armand Matellart, publicado en 1972 y que revolucionó los estudios de la comunicación política al ser un ensayo basado en una interpretación semiótica de las historietas de Disney, para desmitificar el imperialismo y desnudar lo que los autores sugerían era una ideología capitalista que había que evidenciar a través de lo que ellos mismos llamaron “manual de descolonización”.
Su tesis principal es que las historietas de Disney no solo serían un reflejo de la ideología dominante —el de la clase dominante, según los postulados del marxismo—, sino que, además, serían cómplices activos y conscientes de la tarea de mantenimiento y difusión de esa ideología.
El mundo que se muestra en los cómics, según la tesis, se basa en conceptos ideológicos, lo que resulta en un conjunto de reglas naturales que conducen a la aceptación de ideas particulares sobre el capital, la relación de los países desarrollados con el Tercer Mundo, roles de género, y otros.
Así vemos como Donald, Rico Mc Pato y los sobrinos, en realidad, según esta tesis, serían mucho más que personajes de historietas en la industria del entretenimiento y tendrían el peso de instrumentos de ideología de masas que un par de investigadores vinieron a decirnos cómo leerlo.
Viene todo lo anterior a colación porque así imagino hoy a muchos analistas, comentaristas, columnistas, locutores, blogueros y similares, que sin la menor investigación periodística, sin tener una red de fuentes informativas que nutran sus dichos y adoleciendo de alguna metodología seria del análisis político, con mucha imaginación sacan conclusiones, escriben historias que ni ellos mismos creen y cuentan cualquier cantidad de argumentos, eso sí, con mucha seguridad, como sintiéndose poseedores de la verdad.
Si a ello añadimos la famosa “tuitósfera” donde uno puede lo mismo encontrar fake news que réplicas de los medios tradicionales, boots, trolls, granjas y demás linduras digitales, las tesis de Dorfmann y Matellart se quedan cortas.
Recuerdo cuando tuve la oportunidad de ser el comunicador y vocero de la Secretaria de Gobernación a cargo de la Ministra en retiro, Olga Sánchez Cordero, la cantidad de historias e hipótesis de conspiraciones que muchos hacían sin la menor información fidedigna que las respaldara, algo que nunca antes había visto en mis más de 30 años de actividad como comunicador.
Si se publicaron 10 veces por lo menos en dos años rumores de su renuncia, si se fabricaban cuentos para entender algunas acciones que desde la Secretaría estaban cambiando la forma en el gobierno de la 4T o si simplemente se boletinaba un comunicado oficial, siempre existían cualquier cantidad de interpretaciones o conjeturas para tratar de asimilar lo que en realidad estaba pasando y que muchas veces era mucho más simple que los rebuscados análisis sin fundamento.
Ni que decir de este género en campañas electorales, donde predominan las teorías conspiracionistas que a veces hacen creer que las elecciones están todas arregladas y que en realidad el ciudadano sólo sale a ser parte del performance al emitir su voto.
De igual forma, hoy estamos viendo ese género que yo creo que ya no es análisis sino especulación y rumorología, como un deporte muy popular para tratar de interpretar la forma de gobernar y de comunicarse del aún nuevo gobernador de Nuevo León, Samuel García, a quien, a mi parecer aún es muy pronto para evaluar y entender su agenda y su estilo de administrar el estado.