Rock and roll weekend
La crisis de la mediana edad erosionó el amor.
Encontraron de forma temporal brazos urgidos de afecto, labios con promesas truncas, llamadas telefónicas amenazantes en la ruleta del botanero donde los amigos usaron el pase de salida, amistades a todo galope.
Conciliaron en el alcohol las jornadas de la figura proveedora, rostros desechos en el caudal de lágrimas acomodadas, personificación de maldad, la habitación matrimonial fue campo de batalla.
Cada uno por su lado.
Ardieron las velaciones, ni siquiera lo sobrenatural, endulzamientos, lectura de cartas y abre caminos para los negocios, consumido el pabilo, quedó la cera en el fondo de los vasos.
El primer año intentaron reconciliar, viaje a la playa, grupo de autoayuda, psicólogo y psiquiatra.
La decisión resultó irrevocable.
Para el segundo año cada semana las fricciones.
A veces fluyó a tiempo la pensión alimenticia, dejar la escuela privada, ponerse a trabajar, veinte años fuera del campo laboral.
Inscribirse en los portales de oportunidades, hablar a los conocidos, explicarles la tragedia cotidiana, ya no podrá cambiar la camioneta todos los años, ni para los viajes a los outlets en Mercedes o en el Valle de Texas.
De dependienta en el supermercado, aguantar los comentarios desfavorables, ni perdón ni olvido.
Los sábados al medio día los hijos pasan a custodia de la pareja, los sábados de antro, convivir con las amistades de la secundaria, la prepa y la universidad.
Noviazgos tan fugaces.
Solo el fin de semana, protocolos de comunicación vía WhatsApp, al pendiente de la salud, el bienestar y la visita obligatoria, con quedada a dormir en casa de los abuelos.
Trayectoria uniforme a la generación de padres divorciados, el domingo, aún con resaca, se besan los inconformes de las horas contadas.
A media tarde regresan a custodia.
- Terminar las tareas escolares.
- Ir a la cama temprano.
El lunes la discrepancia entre el horario de entrada a clases, el tráfico resulta insoportable, el premio de puntualidad en el empleo se esfuma.