Sólo el poder
Hoy que escribo para usted, se supone que entraron en vigor aranceles en Estados Unidos para las exportaciones de México, Canadá y China.
Digo que se supone porque no está claro que efectivamente eso esté ya ocurriendo.
Una medida de ocurrencia, publicada oficialmente el lunes, pero con fecha del jueves, tiene que aplicarse dos días antes.
No creo que todos los encargados de aduanas entiendan bien qué ocurre.
Los mercados financieros, sin embargo, reaccionan ante la noticia, y ya irán acomodándose conforme haya más información.
En términos económicos, la imposición unilateral de aranceles es una mala noticia.
Cuando eso ocurre con socios con los que se tiene un acuerdo firmado, es una pésima noticia.
Si el maltrato del presidente Zelenski (y previamente de Macron y Starmer) ya había anunciado que Europa no puede confiar en el respaldo estadounidense, los aranceles implican que nadie puede confiar ya en ese país.
No he podido encontrar algún atisbo de racionalidad en estas decisiones de Trump.
Los primeros impactos de las medidas parecerían tener alguna utilidad: obligar a los europeos a financiar su propia defensa, presionar a los gobiernos de México y Canadá para obtener mejores términos, compensar el dumping chino.
Pero la primera lección de economía, decía Hazlitt hace ochenta años, es que las decisiones tienen consecuencias, muchas más de las que aparecen a primera vista.
Abandonar Europa reduce la capacidad de Estados Unidos para enfrentar a los autoritarismos asiáticos, que son el enemigo relevante.
También puede reducir la palanca financiera, conforme Europa mueve más recursos a su interior.
Provocará un ajuste en la producción de armamento, que no beneficiará a la industria estadounidense. Romperá los acuerdos de inteligencia.
Todo esto es mucho más costoso que los supuestos ahorros que obtendrán en la OTAN.
En términos comerciales, debilitar a los socios implica romper las cadenas de suministro que se han construido en treinta años.
Si creen que eso provocará que las empresas se muden a Estados Unidos, tienen que considerar que no hay mano de obra disponible para ello, por lo que habrá presiones inflacionarias, por un lado, y necesidad de inmigración, por otro, que muchos seguidores de Trump no quieren.
Lo más grave, me parece, es que la combinación del abandono de Europa y la imposición de aranceles repite una época oscura.
Hace un siglo, Estados Unidos decidió imponer aranceles para defender su producción agropecuaria. Iniciaron en 1920, y diez años después, con la publicación de la ley Smoot-Hawley, ampliaron el cierre de mercados.
El comercio internacional, que en 1913 había alcanzado un máximo medido como proporción de la economía mundial, se desplomó durante esas décadas, intensificando la Gran Depresión, extendiéndola a Europa y facilitando el acceso al poder a los demagogos criminales que provocaron la Segunda Guerra Mundial.
Reducir las relaciones humanas a una sola dimensión, el poder, y de ahí asumir los intercambios como suma cero, es precisamente el gran problema que enfrentamos.
Es la deficiencia que comparten los identitarios y Trump.
No pueden entender que el intercambio entre iguales genera ganancias, y por ello crecimiento.
Por el contrario, las relaciones que enfatizan la desigualdad producen pobreza, resentimiento, violencia.
La insistencia en reducir al poder todo el abanico de relaciones humanas, insisto, es un defecto compartido por izquierdas y derechas.
Difieren en sujeto y objeto, pero no en la relación.
Conforme intensifican sus acciones, efectivamente reducen las opciones para dejar solo el poder: la política, que es una extensión de la guerra, o viceversa.
Así ocurrió después de la verdadera Primera Guerra Mundial, la de los Siete Años (1756-1763), que redefinió la geografía al costo de millones de muertos.
Lo repetimos hace un siglo, con los mismos resultados.
Y ahora queremos intentarlo de nuevo.
En las dos ocasiones anteriores, después de la tragedia hubo una época de auge.