Arre llegando al caminito
Fugaz los instantes.
Algunos residentes parecen arrancados de Pesadilla en la Calle del Infierno.
Se asoma el jefe de cirugía, viste tan elegante para inaugurar pista en el Tropicana de Garibaldi en la CDMX.
Está por llegar una autoridad de visita sorpresa.
El cuadro actoral toma su posición en el proscenio, incluso nosotros los internos.
Densa paz, nos duele la forma de supremacía.
Quisiera explicarles el peso de la miopía y el astigmatismo.
Al derredor resulta borroso e inimaginable.
Conocemos las varias posiciones del camastro.
Luz blanca hiere la retina.
Pasa revista el responsable del gabinete de medicamentos controlados.
Bitácora para la ensoñación.
Las píldoras, inyectables en solución.
Vale de salida, a cada ingresado nos calculan la cantidad de:
- Orina.
- Excremento.
- Glucosa.
- Presión.
- Y hasta la pesadumbre de los sueños.
Camarón de rio si se duerme le pierden el medicamento controlado.
En la jefatura aparece la enfermera ofreciendo boletos para la rifa del templo de la colonia popular.
También compra de contado aquella molécula especializada.
Por ejemplo.
El favorito de los insomnes, el clonazepam, dos o tres por consumidor.
Tanto horario quebrado los lleva al camino del dependiente.
Tan bonita familia, nos desentendemos del frasco con las píldoras.
Ojos ciegos, corazón sin sentimiento.
El caos genera su propio orden.
Observamos en la cubierta plástica de la luz la figura dibujada de un pene con los testículos sonriendo.
Eso está a casi 3 metros de altura.
La broma se cuenta sola, tal vez el personal de mantenimiento.
En este campo de concentración solo ríen los custodios enfermeros.
Grabo en los fragmentos de memoria detalles ínfimos.
La forma de acoso con las estudiantes de enfermería.
A ellas le hace falta malicia, a ellos, el número de criminal en su celda.
En el infierno personal en esta tierra y en la venidera.
Aquí se siguen muriendo, afuera, nadie existe.