Crónicas de Tijuana. Perro negro de la Ocampo
De pronto se escucha un duro correr de uñas y solitario galope
Dos veces sucio aparece por la esquina de la iglesia el perro loco, entre una nubecita de polvo.
Los chiquillos jadeantes, subiéndose los pantalones de andrajos que les dejan de fuera las oscuras barrigas, están tirándole piedras.
Es negro, grande, viejo, huesudo, tanto que parece que se le va a agujerear la piel sin pelo por doquiera.
Se para y mostrando unos dientes amarillos, como platanillos, ladra a lo alto con ferocidad, con una energía que no cuadra a su desgarbada vejez.
¿Es un perro perdido?, nadie lo había visto nunca. ¿Qué querrá? ¿De quién vendrá huyendo con ese trote desigual y violento?
Al verlo, él me mira, me estudia, ambas orejas en una sola punta, las deja luego una en pie y otra descolgada, se precipita a mí.
Quiero huir, subirme a un árbol, todo a un tiempo y nada.
El perro negro ya está a mi lado, me da un rozón, me traspasa su odio, me huele, ladra dolorosamente...
Se va compasivo por la calle del Seminario.
Es en el calor, un momento extraño de escalofrío en que las cosas no son, las sombras bajas y aquella soledad deslumbradora del recodo del callejón, en donde el aire, súbitamente quieto, asfixia con su bocado caliente de miedo. Poco a poco, lo lejano nos vuelve a lo real.
Se oye, arriba, el vocerío mudable de la calle del pescado, donde los vendedores exaltan sus acedías, sus choros más cerrados que las damas afuera de la parroquia, sus robalos perfumados, sus jureles malhumorados, sus pargos de ojos vidriosos, sus mojarras sonrientes, sus sierras con cara de ceviche.
La campana del Seminario tartamudea en sus bronces pregonando el sermón de tarde; el pito del afilador...
Tiemblo aún, de vez en cuando, en la quietud muda en la que me ha dejado la cobardía, sin saber por qué.
Yo creo que ese perro no era un perro, tiemblo de nuevo como gelatina y miro aquello vagar lejano en su negrura, hacia el ocaso, hosco y cabizbajo.
Y de nuevo aquel ladrar rudo me llega en ecos hondos y sonoros, como en el fondo de un gran pozo.
Allí los pájaros se van a otro lugar, a dormir cantando.