Empleo y autoempleo, realidad post pandemia
Hace unas semanas, el reporte de empleo de Estados Unidos mostró un dato interesante:
4.5 millones de personas dejaron voluntariamente su empleo.
El dato es relevante, ya que posterior a la contingencia sanitaria y con el freno en la actividad económica que ello supuso, renunciar a tu fuente de ingresos no es una tarea simple.
Los analistas quisieron mostrar dicho dato como la confianza en la recuperación económica y las buenas perspectivas de desempeño hacia el futuro; por ejemplo, en esta semana en México se publicó el dato de que 72% del empleo perdido durante la pandemia se había recuperado; sin embargo, dicho dato omite señalar que ese empleo es fundamentalmente informal, de hecho posterior a la pandemia una de cada dos personas con trabajo, se desempeñan en la informalidad.
Como puede verse, ambos datos, aunque muestran realidades distintas, tienen un punto en común y es el relativo al valor que uno asume frente al desarrollo profesional.
Antes de la pandemia, las personas en edad productiva en su mayoría nos encontrábamos imbuidos en una vorágine de interacción centrada en el desempeño profesional, el éxito, el prestigio y los beneficios económicos o comodidades materiales, la mayoría de ellos, que se podían obtener gracias a nuestro esfuerzo profesional.
Sin embargo, el confinamiento obligatorio y las necesidades de desarrollar actividades laborales desde casa cambiaron sustantivamente la dinámicas productivas: en primer lugar, las necesidades de preservar la salud e integridad frente a una amenaza de la cual se desconocía todo y aún se desconoce mucho, y preservar la fuente de empleo hizo que muchas actividades migraran a esquemas remotos o de home office.
No obstante, conforme se desarrolló la pandemia, los contagios y decesos fueron impactando nuestro círculo de interacción social, lo que generó ansiedad y temor, hizo que se replantearan las prioridades personales.
Esto hizo que se reconfigurara el papel del empleo en cada uno, hasta dónde un empleado soporta y tolera conductas nocivas y tóxicas de sus superiores jerárquicos, condiciones de maltrato profesional que van erosionando la estabilidad emocional de las personas.
Mientras en Estados Unidos, la recuperación económica ha permitido que un significativo número de trabajadores hayan renunciado a sus empleos de forma voluntaria; en México la desigualdad y pobreza laboral alcanza casi 41% de la población económicamente activa y ello sin considerar la que se encuentra en la informalidad.
La participación de personas que viven del autoempleo, como proporción de la población ocupada, aumentó de 21.59% a 22.87% en el último año.
Cambiar nuestra relación con el empleo es fundamental para un desarrollo sano e íntegro, pero sin las condiciones de seguridad y entornos económicos que permitan acceder a esquemas de seguridad social justos preservarán empleos pobres, sin generar riqueza y sobre todo debilitarán el futuro económico de nuestro país.