Finge que se va
López Obrador finge que se va, cuando en realidad va a iniciar el otro Maximato: El Obradorato.
- El mandato de López Obrador fue un acto de gesticulación.
- No construyó un gobierno, montó una farsa.
- Fingió ser demócrata para dejar sembradas las semillas de una dictadura.
- Fingió ser honesto y usó la corrupción para acrecentar su poder.
- Fingió que le interesaban los pobres, les dio trato de “mascotas” y electoralmente los explotó.
El “mesías” no se va.
Lo ha dicho de distintas maneras.
Que no hayamos logrado leer o darnos cuenta de sus dobleces es otra cosa.
Con el ungimiento de su hijo Andrés López Beltrán en la Secretaría de Organización de Morena no está diciendo con toda claridad a los mexicanos: seguiré en el cargo.
Y nos está avisando de algo peor.
Que, al tener el control del Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial y del Ejército, México ya es una tiranía heredable y el poder un negocio personal.
El nombramiento de “Andy” es simplemente la confirmación de que Morena –hoy dueña del aparato político del país– es una empresa familiar.
Una empresa con alto rendimiento político y económico que logró llevar a la Presidencia de la República a una mujer que seguirá en el cargo siempre y cuando demuestre absoluta lealtad y se ciña escrupulosamente a las reglas del obradorato.
Una empresa donde el dueño –López Obrador– sólo permitió a Claudia Sheinbaum, mera administradora de la herencia, nombrar a uno que otro empleado en el gabinete.
Las posiciones estratégicas se dieron a quienes provienen de las lealtades y complicidades que se han gestado en el útero del caudillo.
Entre López Obrador y Claudia Sheinbaum hay un pacto con la marca de la casa.
Ella fingirá ser presidenta y él fingirá que se va.
De cualquier forma, el tabasqueño dejará, por si las dudas, el terreno blindado.
No vaya a ser que ella aspire a ser independiente.
El tabasqueño se aseguró de poner cadenas y grilletes a la sucesora.
El Congreso, las gubernaturas, la estructura del partido, el gabinete, los votos, la popularidad, son de él.
Y no solo eso: se aseguró de dejar a la futura presidenta un país descompuesto, al borde del estallido.
¿Por qué?
Porque la inestabilidad le garantiza seguir como un factor imprescindible de influencia y control.
No quiere una presidenta exitosa, autónoma, necesita una mandataria envuelta en conflictos, rebasada por la inestabilidad para que siga dependiendo de él.
La pregunta que pulula por los rincones de la nación es si ella, Sheinbaum, será la primera víctima del Obradorato, como lo fue Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez.