La libertad y el futuro
Nada está escrito en piedra, ningún factor indica que estemos condenados a una era autoritaria.
Sin embargo, el momento es especialmente imprevisible porque ahora el planeta se encuentra atrapado por una serie de factores que lo cambian todo y auguran un futuro más volátil que en otros periodos.
El mundo no se asoma a un abismo dictatorial de forma inevitable, pero el esfuerzo para que la libertad pueda avanzar y se mantenga en los lugares donde impera parece más intenso, y necesario, cada año que pasa (Altares, Guillermo, 2024).
Solo el 8% de la población del mundo vive en un Estado del que no tiene que temer la arbitrariedad o la pérdida de su libertad personal por decir lo que piensa o criticar al poder.
Se trata de un dato devastador para el presente, pero que también nos habla de un futuro inmediato muy poco halagüeño.
Además del sufrimiento humano que provocan, los regímenes autoritarios aportan un factor de inestabilidad enorme porque los dictadores no responden ante nadie, más allá de una pequeña camarilla.
Pero la historia se saltó el guion y las previsiones más optimistas resultaron fallidas.
Las conclusiones del último Democracy Index, estudio elaborado por el grupo de The Economist que mide el avance, o retroceso en este caso, de las libertades públicas en el mundo, son muy pesimistas [https://www.eiu.com/n/campaigns/democracy-index-2023/].
Uno de los fenómenos históricos más sorprendentes y además clara muestra de todo lo que se va quedando sin resolver de conflictos entre naciones es Corea, dividida en dos naciones desde el cese el fuego de 1953.
Una guerra que se encuentra en estado de tregua, pero no resuelta.
Como otras naciones del mundo su historia ha sido siempre de sometimiento a diferentes autoritarismos, hoy es un enclave de la democracia por fuerza de los acuerdos sobre el paralelo 38 y Corea del Sur vive bajo la influencia de los EEUU, en tanto Corea del Norte continua en la órbita de China y la hoy Rusia.
El Presidente sudcoreano, Yoon Suk Yeol fracaso en su intento de imponer la Ley Marcial bajo el recurrente y manido argumento de la confrontación entre el “bien común” y la libertad, “pues fuerzas oscuras nos amenazan”, dijo.
¿Que tan oscuras pueden ser que justifican quitar la libertad?
Nada más a los seres humanos se nos ha podido ocurrir que la libertad es algo administrable, pero así es.
De nada sirvieron las reflexiones de tantos pensadores que durante siglos desarrollaron los basamentos teóricos sobre los que descansa la lucha por alcanzar estadios superiores de la soberanía individual para terminar en que todo fue en vano.
En la naturaleza no existe nada parecido y fuimos los homo sapiens los que convertimos a la libertad en un principio.
A diferencia de la naturaleza, donde la libertad es un atributo más que solo distingue la potencia para la acción y/o el nivel de sujeción a algo que supera la capacidad de acción de los miembros del grupo, nosotros los humanos convertimos la libertad en una idea y en un principio (deber ser).
La concepción de la libertad como un ideal deseable, un requisito para la acción que debe ser respetado, se convirtió por sí solo en engranaje de la historia, además de un sujeto del estudio y conocimiento científico bajo todo tipo de enfoques y corrientes (De Quirós, Bernaldo. 2007).
Si miramos la libertad a la luz del individuo está claro que una cosa es la libertad al alcance de cada uno de nosotros y otra muy distinta es estar en posición de ejercerla a plenitud.
Aquí hablamos de hacer un ejercicio responsable de esta, pues de otra manera estaríamos frente a limitantes impuestas desde fuera de nuestro entorno en virtud de los efectos sobre la libertad de otros congéneres humanos y no humanos.
Para que la libertad deje su papel formal, se requiere vivirla, y eso dependerá de disponer de los deseos, de las visiones, del tiempo y de las circunstancias económicas y sociales de cada persona.
Por supuesto que cada uno de nosotros está posibilitado para ser libre dentro de su entorno más cercano, aunque no todos nuestros deseos e intenciones se encuentran dentro de ese entorno vital.
Esto nos lleva a la conclusión casi obligada de que todos los humanos disponemos de libertad de, pero no todos tenemos libertad para.
El ejemplo más simple nos dice que todos tenemos libertad de aprender lo que deseemos, pero no todos estamos en posición de usar la libertad para aprender.
Queriéndolo o no, la cultura y la sociedad imponen las fronteras hasta donde la libertad puede dejar de ser un planteamiento puramente formal y hasta cuánto uso podemos hacer; y de nuevo, hablamos de libertad sobre acciones responsables que no afectan a otros.
No podemos tapar el sol con un dedo.
Ejemplos hay muchos, solo repasemos dos de los más palpables.
Existen corrientes religiosas y teocracias asociadas que expresamente prohíben y limitan el acceso a conocer y experimentar actividades que escapan a sus cánones sin que se aprecien razones claras y contundentes para tal cosa.
Tampoco puede obviarse el hecho de que los factores económicos resultan en la formulación de principios de exclusión reales para bastante más allá de la mitad de la población mundial que, quizás, no dispondrán nunca de las condiciones siquiera para satisfacer sus necesidades primarias de tipo irrenunciable como para que puedan acercarse a su potencial libertario deseado.
Cada vida humana es una historia.
La pregunta importante es ¿cuánto de ella está escrita por un individuo?
Dos conceptos relacionados son la libertad y el libre albedrío.
El concepto de libre albedrío es uno de los elementos básicos de la vida y la experiencia humanas.
Ahora mismo, en este mundo violento y desquiciado —la guerra de Sudán ha provocado millones de muertos sin que a nadie parezca importarle mucho, el violento empecinamiento de la dictadura de los Assad en Siria para perpetuarse en el poder, la violencia del ataque terrorista de Hamás contra Israel y la brutalidad de la respuesta israelí, los miles de migrantes muertos en el Mediterráneo o en la selva centroamericana del Darién, que las palabras partido neonazi y victoria electoral vuelvan a juntarse en Alemania, la sangrienta represión contra las mujeres en Irán o Afganistán…—, resulta difícil ver el bosque del progreso en el caos de cada conflicto individual y sin embargo, seguimos creyendo en que todo estará bien.
La libertad deja de existir en un mundo de dictados, sean por la fuerza de las armas o por la manipulación del pensamiento.
En el primer caso nada importa más allá de la anulación de todo derecho, o como lo plantea Arendt, “el derecho a tener derechos, como el de vivir legal y políticamente juntos”.
Bajo la globalización de la información, dominio exclusivo del feudalismo tecnológico, las masas de internautas y las sociedades en red se deslizan con gusto hacia un futuro dentro de automatismos intelectuales diseñados por algoritmos que construyen verdades alternativas sesgadas por el manejo del “trending” y no por la verdad, y cuya adopción implicaran costos consecuenciales graves en materia de convivencia para la acción política y la democracia.