Polvo en el aire, en los zapatos
- Se levanta en el aire y cubre el asfalto caliente de la metrópoli, contamina.
- Se posa sobre los techos, las ventanas, los parques.
- Se adhiere a los zapatos de quienes caminan sin mirar atrás.
Viene de todas partes: de las fábricas que nunca duermen, de los escapes de los autos, de las pedreras que muelen la tierra hasta hacerla ceniza.
Eso pasa en nuestra metrópolis, daña nuestra la salud, mata poco a poco, con la contaminación ambiental.
¿Pero qué pasa con la contaminación social?
- Hay otro polvo más denso, más oscuro, uno que no viene solo de la industria.
- Es el polvo del miedo, de la impunidad, de los desaparecidos que nadie nombra.
- Lejos de la ciudad, más allá del ruido y la prisa, hay un rancho en el que el viento no cesa.
En Teuchitlán, Jalisco, a unos kilómetros de Guadalajara, el polvo cubre algo más que el suelo.
Se enreda entre los restos de uno hallazgos: Zapatos con polvo.
- Quizás de las cenizas de sus dueños calcinados.
- Cientos de pares, abandonados.
- Sucios, desgastados, algunos aún manchados de lo que fue vida.
- Son los rastros de aquellos que caminaron por última vez, arrastrados por manos criminales, ocultos de la mirada de las autoridades.
Zapatos de hombres, de mujeres, de jóvenes cuyos nombres ya no resuenan, pero cuyas huellas persisten en la tierra seca, en la memoria de sus familias.
Los encontró la sociedad civil.
No las autoridades, que parecían ciegas, con polvo en los ojos y en la conciencia.
Los hallaron las madres y padres que buscan lo que les arrebataron, los colectivos que no se cansan de excavar entre el olvido.
El viento juega con el polvo en aquel rancho.
Lo levanta, lo arrastra, como si quisiera borrar la historia.
Pero hay cosas que ni el viento ni el tiempo pueden llevarse.
El dolor, la ausencia, la certeza de que bajo esa capa de tierra removida aún quedan verdades enterradas.
Algunas prendas, una biblia abierta en medio del silencio.
Objetos sin dueño, señales de una existencia que fue y que ahora solo es eco.
Las autoridades quisieran que el polvo cubriera la memoria, que el viento barriera las preguntas incómodas.