Semana Santa en Sevilla y el saurino Pérez Reverte
Volamos a Madrid el viernes de Dolores mi marido y yo para estrenar el Ave, que es un tren a Sevilla. Allí llegaríamos después de tomarnos varias Cavas que lindamente nos ofrecía la guapa azafata del tren.
Los árboles pasaban rápidamente asomándose sin siquiera poder reconocernos, y los pueblos se veían a lo lejos. Llegamos a la estación y salimos a buscar el taxi que nos llevaría al hotel Colón, céntrico, pletórico de gente, toreros y alegría, pues allí es donde se visten y salen los toreros para la corridas que se llevan a cabo en sábado y domingo, después de que abra la Gloria.
El foyer pleno de parejas y curiosos que asistían al hotel, a comer o cenar, solo por ver las figuras, y la misma Duquesa de Alba estaba en un cotillo con unas hermanas que después supe, eran las dueñas de un periódico venezolano.
En Sevilla existen hoteles como el Alfonso XIII, muy elegante, pero lejos del centro. Todo el viaje me la pasé leyendo “La Piel del Tambor de Pérez Reverte", que me ayudaba a encontrar la calle Sierpes, comer pastelillos sevillanos y visitar iglesias. Muy recomendado, lo he leído varias veces.
El viernes de Dolores necesitábamos sillas, pues pasan por las calles carros tipo alegóricos, pero llevados por costaleros (que así le dicen a los hombres que hacen penitencia llevando en sus hombros esas plataformas o "andas" en donde van las figuras de las vírgenes).
Emergen de las iglesias con sus abalorios y esmeraldas brillantes y rubíes en sus coronas y collares, y maderos que pesan toneladas, los cargan 60 u 80 hombres.
Pertenecen a las cofradías y hermandades, que salen de las diferentes iglesias para llegar a la catedral, al frente van los nazarenos cubiertos con capuchas en forma de pico con aberturas en los ojos y lo hacen como penitencia.
Esta fiesta se celebra vida, pasión y muerte de Jesucristo todos los años, exceptuando este por causa de la pandemia.
Los costaleros no pueden ver porque van agachados, llevando en sus lomos la plataforma y van dirigidos con hombres que los guían y bandas tocando melodías españolas para alegrarlos. La velas y las figuras se van meciendo al compás del caminar de los costaleros.
Nos quedamos de ver con una pareja de amigos mexicanos, Tano y Marcela, que vivían esa temporada allí y los vimos en la mercería.
Mi esposo, que es muy deportista, corrió para conseguir a precio de oro dos sillas, pues los lugares allí no se venden, sino se heredan, pero una abuela y su amiga no podían ir y mi marido la convenció. Así que esa tarde comimos en un restaurante para ver el atardecer y luego ir a ver la procesión.
No nos imaginábamos lo grandioso, los rezos, la algarabía, velas y candelabros encendidos en las plataformas. Los tambores marcando los pasos y el ritmo acompasado de los costaleros que movían como olas a los santos y vírgenes y las saetas que llevaban.
Versos y piropos a la Macarena, a la del Carmen, a todas la figuras hermosas que iban meciendo al ritmo de tambor y de las melodías de las bandas. Te sentías en el cielo. Esperamos hasta las 4 de la mañana a ver pasar y escuchar las saetas de El Cristo de los gitanos. Curiosamente, esa noche hubo un tiroteo y una explosión, tal como lo describe en su libro Arturo Pérez Reverte en "La Piel del Tambor". ¿Será que es todo un saurino?
Al día siguiente, las mujeres vestidas con sus peinetas y mantillas, asistirían a la más grandiosa corrida de toros, con los grandes rejoneadores Álvaro Domecq, Pablo Hermoso de Mendoza y Joâo Moura.
Mi lugar estaba junto a la duquesa de Montoro, la hija de la duquesa de Alba, que estaría lejos en otra barrera, y mi amiga Marcela me anotó, quien era la chica rubia con la que había platicado de la corrida.
Después, vivimos muchas experiencias más. Las Sevillanas, la Giralda, y todas esas construcciones de encaje de las mozárabes.