Vale más un grito a tiempo que lamentarse después
Se encuentran en la sala de espera una alegre y bulliciosa cantidad de hombres y mujeres en espera para salir a Cancún.
Cerca de la puerta de acceso al túnel que los lleva al avión, a los pasajeros se les avisa que en breve abordaran, cuando de repente llega el copiloto impecablemente uniformado con anteojos oscuros y un bastón blanco tanteando el camino a la puerta, se escucha una serie de murmullos.
La empleada de la compañía aclara que, si bien es ciego, es el mejor copiloto que tiene la empresa, en unos minutos más llega el piloto, con el uniforme impecable, anteojos oscuros y un bastón blanco asistido por dos azafatas.
Se escuchan rezongos y cuchicheos, de nuevo la encargada del acceso al avión aclara que, también, el piloto es ciego pero que es el mejor piloto que tiene la compañía y que, junto con el copiloto, hacen la dupla más experimentada que se tiene.
Los pasajeros terminan de abordar y entonces las azafatas dan las indicaciones de las salidas de emergencia y otros avisos y que se abrochen los cinturones porque va iniciar el despegue.
El avión comienza a deslizarse por la pista, tomando cada vez más velocidad y con los pasajeros aterrorizados ven que no se levanta y el avión sigue tomando velocidad, pero no despega... continúa la carrera y sigue en tierra.
Los pasajeros al mirar por las ventanillas, que se acerca cada vez más el final de la pista está más cerca y en una explosión de histeria y terror general los pasajeros COMIENZAN A GRITAR COMO POSEÍDOS.
En ese momento el avión, milagrosamente, toma altura.
En cabina del avión, el piloto le dice al copiloto: El día que los pasajeros no griten, ¡nos vamos despedazar!
La pregunta es, ¿qué moraleja les deja la anécdota?
Nosotros damos la siguiente:
Así está hoy nuestro País, gobernado por ciegos que no ven, o no quieren ver, la realidad.