Anastasia
ADVERTENCIA: Si no deseas ver fotos espectaculares de las cumbres más elevadas de México ni conocer la historia detrás de Anastasia, bríncate hasta el CAJÓN DE SASTRE. Es que hoy no escribiré de política. Y si quieres ver las fotos en todo su esplendor, hazlo en una laptop o de perdido, en una tablet.
Les platico: yo quería ponerle por nombre, Anastasia, pero no me dejaron; se la encomendaron a la Virgen y terminó llamándose como ella, para agradecerle por siempre a esa deidad haber sobrevivido a la forma tan inusual en que llegó a este mundo hace un poquito más de 30 años.
Fue mi única hija entre tres varones, y ahora que cumplió otro año más le volví a escribir, me leyó… pero tampoco me contestó.
Hace como tres años se mudó al viejo o al otro mundo, pero no al de los muertos, sino al que en mis tiempos se le llamaba así, Europa.
Y así, hizo honor al significado en griego del nombre que yo quería ponerle: renació, porque Anastasia, en griego significa Resurrección.
Después de haber logrado su 1a especialidad en Medicina, se fue al viejo mundo a conseguir su 2a y terminó casándose allá con un austriaco. Viven muy felices en la cuna del vals.
Ni despedirla pude y siempre que de ella me acuerdo, viaja mi memoria hasta el segundo portillo de la ruta de los pies de la Mujer Dormida, el Iztaccíhuatl.
Allá, a poco más de 4,000 metros de altitud, está empotrada a una roca, la caja azul de Stacy, que también significa Anastasia.
Hay muchas historias acerca de ella, pero todas coinciden en una sola: así se llamaba una chica canadiense que tras haber “conocido” a la Mujer Dormida en un viaje de estudios, prometió volver un día para escalarla y hacer realidad uno de sus sueños.
Y desde que regresó a su país comenzó a entrenarse.
Corría por las calles de Toronto y de vez en cuando hacía los campamentos de altura de rigor, para irse aclimatando a las brutales condiciones que imperan arriba de los 5,000 metros de altitud.
Una mañana de esas que corría fue arrollada por un camión y con ella murió su sueño de escalar al Izta.
Faltaban sólo tres meses para su añorado viaje a México.
Su padre Ned se sumió en una profunda tristeza, más allá de la de su esposa y la de las hermanas de Stacy.
Encontró consuelo cuando quiso llevar al Izta los poemas que a su hija tanto le gustaba escribir.
Había uno que lo hacía llorar cada vez que lo leía: “I’am a Rose”.
Con la ayuda de cuatro expertos en montaña atornilló en la roca del Fraile en el segundo portillo, una caja azul y adentro puso ese poema y muchos más de los que Stacy había escrito.
Al terminar, tomó uno de ellos y se puso a leerlo para quienes en ese momento bajaban de la cumbre y también para los que apenas comenzaban la subida.
Como justo en ese sitio hay una formación rocosa que asemeja a un anfiteatro, fueron muchos los que atestiguaron ese hecho y cuando Ned terminó sus lecturas, fue abrazado por quienes le habían escuchado.
He subido al Izta una sola vez. Fue con mi hijo Santiago, y tres veces al Pico de Orizaba. Dos por la ruta sur de la poblana Ciudad Cerdán y una por la del norte, que parte de Tlachichuca, Veracruz.
Cuando eufóricos alcanzamos la cumbre del techo de México después de haberla sufrido por el glaciar de Jamapa, le dije a mi hijo, recordando la caja azul de Stacy:
El día que hagas cumbre en el Everest quiero que dejes allá arriba mis cenizas.
Y Santiago muy serio me respondió: “cuando suba al Everest, tú vas a ir conmigo”.
También a Santiago duré mucho tiempo sin verlo.
A veces la vida nos juega trampas en las que uno cae sin darse cuenta.
Lo bueno de la montaña es que a cualquier lo vuelve bueno.
Con decirles que si eres cabrón, te haces cabroncito.
En la caja azul de Stacy, uno al pasar deja mensajes adentro de ella.
La vez que subimos al Izta leí dos mensajes escritos por la misma persona en diferentes tiempos:
“Hola, soy Braulio, tengo 9 años y hoy llegué hasta el Paso del Jabonero”.
Luego el mismo Braulio nos comparte eufórico sus progresos: “Hoy llegué al Albergue de los Cíen. Acabo de cumplir 10 años”.
Otro de los cientos que leí: “Cómo quieres volar si te dan miedo las alturas?”
Dos más de una pareja que subieron siendo novios y años después la misma letra y nombres siendo ya casados.
Esa es una de las muchas magias que la montaña nos regala.
Voy a ella cada vez que la vida del trabajo y la pandemia me permiten.
Hoy de madrugada que esto escribía, mi amigo Carlos Guerrero me hizo recordar a la caja azul de Stacy… y justamente estaba escribiendo esta historia.
Me hubiera gustado mucho haberme llamado Anastasio.
Es que el tiempo actual a todos nos está obligando a renacer. Cualquiera siendo padre, renace en cada uno de sus hijos.
Ya no creo que la vida me sostenga para hacer mi añorada cumbre en el Everest.
Pero Santiago sí lo hará y como me prometió estar conmigo cuando corone al techo del mundo, cumplirá mi sueño, dejándome para siempre allá arriba, y entonces, notará al bajar que lleva menos peso en su mochila…
CAJÓN DE SASTRE
“Hay veces que cuando escribes, me haces llorar…”, dice la irreverente de mi Gaby.