El 2020 mostró el neo-oscurantismo en que vivimos
Hace unos días, tuve oportunidad de reunirme en familia en la quinta de mis padres: los espacios abiertos y una garantía de sana distancia han sido la única razón por la que nos hemos podido reunir algunos fines de semana o en las fiestas de fin de año.
En un momento dado nos encontramos sentados en la terraza frente a la alberca y a instancias de mi cuñada nos pusimos a reflexionar sobre el 2020.
Hubo quienes quieren mandarlo a la chingada y cuentan con ansia la culminación del mismo; otros reconocen también grandes lecciones y hay quienes desean lo primero y reconocen lo segundo.
El ejercicio hizo a algunos derramar lágrimas: no ha sido un año fácil.
Recuerdo que la víspera del 2020 nos encontró en viaje familiar por Mérida; curiosamente pasamos uno de los mejores años nuevos de los últimos tiempos, si bien con una premonición de lo que sería el 2020: mi mamá pasó enferma esas vacaciones.
Viéndolo a distancia, el 2019 fue un año de grandes gozos; nada nos indicaba lo que se avecinaba en el 2020 y sin embargo, China ya estaba luchando con el virus del covid19.
Los países siguieron con sus mismas dinámicas de minimización del virus nuevo: nadie tomó previsiones.
Todos pensamos que era algo pasajero que otros contendrían. Nunca pensamos en lo que nosotros podíamos hacer.
Nadie en el gobierno de México (al menos no que tengamos noticia) tuvo la previsión inmediata de aprender a fondo sobre lo que estaba pasando; de otra forma sería inexplicable que nos encontremos en los peores lugares respecto a la contención del virus, muertes y hospitalizaciones.
Nadie tuvo la idea valiente de decir, en ese momento, cerremos las fronteras o los aeropuertos; cerremos los viajes a China.
El 2020 comenzó como un año igual que otro hasta que a fines de enero y principios de febrero finalmente nos dimos cuenta de lo que se avecinaba.
Para marzo varios estados cerraron y comenzaron a establecer semáforos. La federación se contentó con minimizar los riesgos, mantener la calma de la población, como si se tratara de una simple gripa salida de control.
Hay quienes creyeron que en un mes regresaríamos a la normalidad; no fue así.
Meses de encierro, reaperturas y nuevos cierres, cambio de dinámicas de trabajo y familiares.
¿QUÉ NOS TRAJO EL 2020?
Cierre de escuelas, planteles en línea, inmovilidad, contagios, hospitalizaciones, muertes provocadas por el covid, por factores de riesgo de este o por depresiones provocadas por la baja de trabajo o de ingresos, por la pérdida de la vida social.
Esa fue la factura que cobró el 2020. Perdimos amigos o familiares; se fueron personas que en un año normal probablemente no les habría tocado.
Cuando pienso en los más afectados, siempre veo a los niños y a los adultos mayores: los primeros porque aún es incuantificable el daño provocado a esas generaciones por la ausencia del contacto físico o el trabajo físico-deportivo relacional.
Los segundos porque no es lo mismo que a un chavorruco o joven nos digan que nos quitan uno o dos años de libertad (viajes, socialización, experiencias) que a alguien en el otoño de la vida.
¿QUÉ TENEMOS NOSOTROS DE ESPECIALES?
Esto me lleva también a una pregunta que me hago ante tantos incrédulos:
¿Qué tenemos de especiales los humanos del 2020 respecto a los de otras épocas?
En el pasado pudimos haber buscado algunas respuestas a nuestras preguntas. El hecho de que hubieran pasado generaciones sin enfrentar retos de esta índole no significa que los humanos seamos ajenos a esto.
El SIDA, por ejemplo, sigue siendo una pandemia tremenda, hemos aprendido a cuidarnos de ella o a vivir con ella.
La gripe española mató a 50 millones de personas en todo el mundo, hace 100 años.
En el siglo XIV murieron unos 25 millones de humanos por la peste bubónica europea.
En el siglo XIX murieron más de 10 millones de personas por el cólera en Europa y otras partes del mundo.
El covid19 en otro tiempo habría alcanzado los 50 millones de decesos, si tomamos como ejemplo lo anterior.
Vivimos en tiempos difíciles, pero también mejor preparados en los campos de la ciencia y tecnología para hacer frente a brotes de enfermedades.
Ninguna vida es reparable; hay quienes murieron por contagios fortuitos, hay quienes murieron por imprudencia; por hacer uso de su libre albedrío.
LAS GRANDES LECCIONES DEL 2020
Muchos superaron a la enfermedad y la superarán. Y esto me lleva a ponderar las grandes lecciones que ha dejado este 2020.
Es indiscutible que nuestra vida se iba de las manos en una serie interminable de compromisos, de actividades de menor valor si contrastamos esto con la convivencia familiar o humana.
Muchos aprendieron que el trabajo se puede realizar efectivamente a distancia sin tener que pagar por una oficina.
Muchos aprendimos que la esencia de una labor (en este caso, las artes o la cultura) podía reinventarse hacia las plataformas digitales, hacia la transmisión.
Muchos nos dimos cuenta de gastos superfluos; de lo saludable que es comer en casa o de tener la noche de juegos con los hijos o el viernes de película.
Con esto no digo que la vida externa sea sustituible: nada superará la emoción y experiencia de escuchar a una orquesta en vivo, asistir a un concierto de jazz u ópera.
Ninguna televisión puede sustituir la experiencia de vivir un deporte en vivo.
Pero todo esto nos ha demostrado la resiliencia (palabra que me gusta mucho y que es satanizada por algunos fans del sistema político actual) del ser humano.
El 2020 nos ha dejado grandes lecciones que espero puedan ser recordadas en el 2021.
Estas lecciones están relacionadas con las cosas valiosas de la vida: con aquello que hace deseable la experiencia de vivir.
El 2020 ha puesto en evidencia el neo-oscurantismo que vivimos hoy: las teorías de la conspiración, la pseudociencia, pero también ha afianzado en otros la salud espiritual, la salud mental y la salud física.
2021: CAMBIO DE CONCIENCIA
El 2021 será un año de cambios graduales, pero no creo que sea diametralmente opuesto a este 2020.
Tendremos que seguir siendo pacientes en una mejora gradual, en el proceso de vacunación y conocimiento científico del covid19, pero sobre todo en lo que yo asentaría las esperanzas del ser humano (y no en el hecho de contener y soportar una enfermedad):
En un cambio de conciencia, en una búsqueda de fraternidad, en repensar los procesos y la forma en la que trabajábamos antes, en innovar.
Hace unos días sostuve un diálogo con un funcionario del National Endowment for the Arts de Washington y me decía que venían tiempos emocionantes pues todos los cierres que habría provocado el covid19 cambiarían las formas de gestionar o trabajar el sector cultural.
Esto yo lo creo para otros sectores también. Los que estamos en pie tenemos mucho por qué responder y trabajar en el futuro cercano.
No tenemos muchas respuestas a todas las interrogantes pero nos queda la esperanza de buscarlas: de trabajar por ellas, las cosas con esencia.
Que el 2021 nos encuentre a unos mexicanos más fraternos, menos polarizados y menos obsesionados con la política.