El trío incómodo: tú, yo y nuestro ego en la misma mesa
Aturdido, desorientado e incluso incierto, recurrí a clases, esperanzado en que en una mente funcionando, se encuentra en calma.
Hoy conocí a “Danny Kahneman”.
Sí, el mismísimo Daniel Kahneman, aunque fue por clases y YouTube y no en una reunión (uno puede soñar).
Premio Nobel de Economía en 2002, aunque en realidad su Nobel se lo ganó por explicar cómo los seres humanos somos malísimos tomando decisiones racionales.
Y, claro, su teoría del Sistema 1 y Sistema 2 tiene más que ver con el ego de lo que nos gustaría aceptar.
El Sistema 1 es ese que actúa rápido, automático, impulsivo… el que se quiere meter en tu vida amorosa y en tus compras por Amazon a las 2 am.
El Sistema 2, en cambio, es el que piensa, reflexiona y dice:
"¿Neta necesitas otro par de tenis blancos?".
Pero Sistema 1 dice “¡Mereces ser feliz!”.
Spoiler: tu ego es el que está detrás de ese “mereces”.
Y justo cuando pensaba que no se podía poner más interesante, tuve una clase de filosofía que me cayó como anillo al dedo (de esos que aprietas porque engordaste después del desayuno de campeones).
Hablamos acerca del Ego vs El Poder, los tiempos de vida (el Primer Tiempo y el Segundo Tiempo, como si fuera un partido de fútbol, pero sin VAR), y cómo la vida laboral y el amor se entrelazan en cada uno de estos.
En el Primer Tiempo, uno quiere conquistar el mundo: más dinero, más títulos, más seguidores en redes, más likes de esa persona que solo te pone “visto”.
El Segundo Tiempo, en cambio, uno ya entendió (si tienes suerte) que la cosa es diferente: lo importante no es lo que logras, sino a quién impactas.
Y sí, ya sé, se oye muy “coach motivacional”, pero incluso Tomás de Aquino decía que el bien supremo del hombre es la contemplación de la verdad… y el amor a los demás.
Y esa verdad es que el ego, aunque te empuja a superarte, también puede ser el agujero negro donde desaparece tu propósito.
Aprendimos que el ego es una mezcla de Conocer y Amar, pero agregándole la palabra “Nos” al final de estos verbos.
Si solo conoces para ti, si solo amas para ti, entonces tu ego tiene un penthouse en tu cabeza y no paga renta.
Pero si conoces con otros, si amas a otros, entonces lo pones a trabajar por algo más grande que tu propio reflejo en el espejo.
Y aquí es donde la cosa se pone fea, queridos lectores.
No solo hablamos del Ego… sino de cómo este puede enfermar.
No inventen, acabo de tener claro qué es y ahora me dicen que también enferma.
Pues así es.
¡El ego también tiene sus gripas!
Y aquí les va el diagnóstico:
Las enfermedades del Ego:
- Vanidad: Aquel que tiene prisa se concentra en la validación ajena y sufre de distracción de la verdadera meta. O sea, el típico que va al gimnasio solo para subir stories, no para cuidar su salud. Se obsesiona tanto con el aplauso que olvida por qué empezó a correr.
- Presunción: Aquí entra el que se siente el Cristiano Ronaldo del Excel. Tiene tanta seguridad que toma riesgos innecesarios, deja de aprender, y termina haciendo un “oso” en reuniones porque ya no estudia, ya no se cuestiona, ya no escucha. Se olvida del porqué de sus logros y solo habla del cuánto.
- Ambición: Esta parece buena hasta que no lo es. El ambicioso confunde valer con valer por lo que consigue. Tiene un hambre insaciable de cargos, ascensos, y “mira dónde estoy”, pero suele empequeñecer su visión: ve el árbol, pero se le olvida el bosque. Y si le preguntas qué quiere de la vida… probablemente te responda “ser el CEO de algo”, aunque sea de su propio grupo de WhatsApp.
- Pusilanimidad: Esta es la que me dejó más pensativo. Es el que renuncia al bien que puede hacer, solo porque teme fallar y dañar su propia imagen. Es como ese amigo que no se anima a decirle a la chava que le gusta porque “¿y si me dice que no?”, y acaba solo porque le dio miedo el “no” antes de que sucediera. Tomás de Aquino hablaba de la acedia, ese desgano del alma que te impide cumplir con tu misión, por miedo, pereza o soberbia.
En fin…
El ego es como el Wi-Fi: lo necesitas para conectarte, pero si se sobrecarga, te quedas sin señal de lo que realmente importa.
Un poco de ego es el motor que nos impulsa a mejorar, a superarnos.
Pero mucho ego te hace perder el mapa y manejar sin frenos.
Dice Tomás de Aquino que el ser humano encuentra su plenitud en el amor al otro y en el conocimiento del bien común.
Y yo, después de todo este viaje mental, llego a la conclusión de que el ego se domestica cuando dejas de preguntarte cómo te ves y empiezas a preguntarte a quién estás ayudando.
Así que, para todos los que están en su Primer Tiempo, corriendo detrás del éxito (y de la validación de su crush): relájense.
El ego no es el enemigo, pero si no lo controlas, es como un niño de cinco años con esteroides.
En el Segundo Tiempo, uno aprende a jugar en equipo, a hacer la asistencia antes que el gol, y hasta a pasar el balón a quien viene mejor perfilado.
Y si no me crees, pregúntale a Kahneman.
O mejor aún, a Tomás de Aquino, que sin necesidad de un Nobel, ya entendía que "el hombre no puede vivir sin amor"… aunque a veces ese amor tenga que empezar con la humildad de decir “no tengo la última palabra”.