Viajes y Cultura

La fascinación del vino

Por Mónica Alonso Avelar.

A menudo la gente me pregunta como Sommelier: ¿Qué hace que un vino sea un gran vino? ¿Cuál es la fascinación que gira alrededor del mundo del vino?.

Creo que durante la vida de todo wine lover, vamos tratando de descifrar esta respuesta.

Una historia que abarca desde las primeras civilizaciones de Oriente, donde se podrían llenar volúmenes enteros de libros, sobre donde se encontraron evidencias en tablillas, papiros, tumbas, vasijas y ánforas; y donde se representa a la humanidad como seres de trabajo, que gozan, sufren, aman y siempre se hacen acompañar por una jarra de este fascinante líquido.

El vino fue una bebida alabada por los Faraones, evidenciándose lo anterior en diferentes pinturas de la época. Adicionalmente, los Fenicios se encargaron de la domesticación de la vid y la vinificación de la vitis.

¿Qué habrán encontrado los griegos 350 años más tarde, para decidir industrializar el vino en la península itálica, que abarca Italia, Francia y España? Quizás ellos encontraron las primeras respuestas, al referirse al vino como el jugo de los dioses, glorificándolo con su propio Dios Dionisio

Es posible también, que Platón y Eurípides descifraran otro misterio, al aconsejar el tomar una copa de vino para la salud, otra para el amor y una última para el sueño.

¿Qué habrá hecho que los Romanos escribieran tanto sobre el vino, su elaboración y su buena conservación? Se sabe que ellos lo consideraron un producto de primera necesidad, una bebida que era tomada desde el César, hasta por los esclavos y guerreros, diferenciando un indicador su riqueza y alcurnia.

El vino y la Monarquía siempre remarcaron la historia con gran fastuosidad, siendo el vino una fuente de inspiración para artistas, que lo mostraban en una infinidad de obras, testimonios literarios y cámaras funerarias.

Además, el vino siempre ha tenido un gran significado para la Iglesia Cristiana, que lo considera una sustancia divina y representa la sangre de Cristo en sus rituales.

Quizás el principio para descifrar todas estas preguntas, es simplemente comprender, que cada vez que abrimos una botella de vino y bebemos un sorbo en el presente, estamos ciertamente tomando en el pasado; en ese momento que esas vides fueron cultivadas en el mejor terroir, cuidadas con esmero; esas uvas escogidas para cosecharse, en donde después el enólogo como artista, fue trazando con pinceladas su toque personal, esas cavas que guardan en barricas el elixir de noches de cuidado y desvelo, esos meses que pueden convertirse en años de espera para ser embotellados, para que por fin lleguen a las manos del consumidor.

Quizás deberíamos dejar de preguntarnos y entender, que, cuando tomamos una copa de vino, estamos conectando con la madre tierra, con esas manos que intervinieron en su proceso y que nos hacen conectarnos con nuestra propia humanidad.