La política trans
Salvo por mi fortuito ingreso en el Centro de Escritores de N.L., nunca he recibido un reconocimiento público por alguna cosa, gracia, oficio o carencia.
Bueno, sólo uno más, por cinco años de trabajo en una empresa: una medalla muy simpática que me requisó mamá, no por orgullo sino para comprobar que puedo ser estable, así sea en plazos cortos. Aunque completé mucho más que aquellos cinco años, ya no hubo más medallas.
¡Qué bueno! Soy fatal para conservar hasta a los amigos. Extravié hasta mi anillo de graduado y mi medallita de bautizo.
De la misma manera extravío la admiración que me causan los reconocimientos ajenos.
Siempre he pensado que un reconocimiento que se otorga a alguien honra a quienes lo otorgan, y a veces los deshonra.
Al honrado recipiendario debe bastarle con ser honrado, que no es cosa fácil.
“Charolear” con premios, condecoraciones, medallas al mérito, y otras mendas similares, me parece casi como poner contrafuertes al honor, un cimiento adicional para nuestro nombre, nuestras palabras y nuestros hechos.
Los premios.
Estos pensamientos me vinieron a la mente hace pocos días, cuando leía la columna de un reconocido señor que se ostenta como filósofo, periodista, escritor y analista político.
Supuse que hallaría en sus letras un hartazgo de sabiduría pero, ¡Oh decepción!, aquello era prácticamente una medalla al mérito cívico glosada; era el currículum de un conocido junior del empresariado, comentado de tal suerte que se le bajaba del empíreo económico hasta la horizontalidad humana como activista social.
Algo que el propio biografiado asegura siempre con insistencia pero es poco creíble, tal vez porque como dice el refrán: “alabanza en voz propia es vituperio”.
Que la gente se crea o no el sugestivo análisis, poco le redituará al presunto activista; mucho al honor o deshonor de su acomedido biógrafo erigido en juez y jurado de ese oportuno honoris causa.
La columna en cuestión no me sirvió para despejar la X de la ecuación.
¿Xóchitl o Xavier o Xoconostle?
No se trata de Álgebra, me temo, sino de Matemáticas avanzadas.
El riguroso análisis periodístico, filosófico y político, no despoja al activista biografiado de sus enjuagues políticos.
Si desplumamos su penacho de gran jefe de la patriótica oposición, queda un caprichoso junior pateando los castillos de arena de cada partido embargado por él.
Hace mucho que murió el ilustre historiador grecorromano Lucio Mestrio Plutarco, el queronense.
De vivir, tendría abundante material para añadir una dupla de biografías a sus Vidas Paralelas.
B. Xóchitl Gálvez y C. Xavier González. Ambos personajes transgenéricos en la taxonomía étnica, social y política.
Como estamos en tiempos de tolerancia, incluso inclusiva, habrá que respetarle a ella su orgullosa autodefinición étnica como heredera de un pueblo originario, creo que otomí, aunque vi que algunos de los aludidos parientes étnicos y sanguíneos no la aceptan del todo.
Si en verdad quieren utilizar esa ascendencia como estrategia para hacer de la señora un representante auténtico de la nación precortesiana, habrá que aclararles que los pueblos originarios, aunque son muchos, demográficamente representan cerca del 20% de la población, y de estos más de la mitad ya no hablan su lengua originaria.
Los demás somos mestizos. Mestizos e hipócritas, porque nos enorgullecen como raíz de nuestra nación, pero los despojamos de su identidad al meter en el mismo saco a un cucapás de Baja California, a un pame potosino, y a un chontal tabasqueño.
Nos negamos a reconocer que cada etnia originaria no se asimila a la geografía nacional sino a la de su entorno ancestral, que poco a poco les estamos arrebatando.
Tienen derecho a estar representados en el gobierno, pero su origen no les da pase automático a la presidencia.
Benito Juárez no fue presidente sólo por ser zapoteco puro, ni Porfirio Díaz por ser mixteco mestizo.
La señora B. Xóchitl no tiene pase automático por el origen de sus abuelos ni por la santidad guadalupana que le endilgó una señora que de plano se pasó de servil.
Otro cuestionable, herético y muy gratuito reconocimiento al mérito… San Juan Diego debe estar ahora mismo remojando sus ayates en cloro.
Debemos tolerar también el transgenerismo social de C. Xavier.
Si se asume como activista social antes que empresario, pues muy su gusto.
Aunque desde la realidad económica mexicana su nueva identidad sea confusa.
La profunda desigualdad entre su “etnia” económica y ese pueblo llano que pretende permear con su activismo, lo enfrenta al origen de esa desigualdad, que no está tanto en la política sino precisamente en la plutocracia.
No olvidemos que si bien la 4T no ha solucionado esa desigualdad, no la ha causado.
Ahora que, si don C. Xavier además lleva su activismo social al extremo de controlar y uniformar a varios partidos políticos con ideologías fundacionales diferentes, parecería que en su altruismo supone que para solucionar un problema nacional complejo todo se reduce a cambiar un régimen e imponer a un presidente o presidenta (Si yo fuera ingenuo diría que su solución es ingenua… pero no lo soy).
Esto despoja a cada partido involucrado de su identidad como instituto político, de su etnia ideológica.
Es decir: pulveriza la pluralidad política.
No veo, me temo, más proyecto de nación que el de desplazar a este régimen.
Morena tampoco lo hace tan mal con sus aliados, aunque con la diferencia de que mantiene una línea ideológica más o menos común, acciones mensurables con el ábaco popular, y un proyecto sólido hasta ahora (y conste que sólido no significa que sea necesariamente el adecuado).
Movimiento Ciudadano (el cortejado, codiciado y anaranjado objeto del deseo del frente opositor), aún sin ideología ni proyecto claros, por el momento ha sido más coherente en su otredad, firme en su definición de no ser “los otros”, algo que un elector frente a una urna puede digerir con facilidad y proceder en consecuencia.
Después de Va X México, y luego de la tómbola presidencial de un Frente Amplio que se estrecha por militantes tránsfugas y aspirantes hilarantes, hasta el término “partido político” perdió seriedad.
Parece que termina la era de los “partidos”, llega la de los “movimientos”.
En lo personal, no me agrada mucho la posibilidad de que la señora Xóchitl B., llegue a la presidencia.
Mi memoria sigue siendo pésima, pero curiosamente no olvido que alguna vez, desde su investidura legislativa y en la FIL de Guadalajara, recomendó que el apoyo económico directo en programas sociales para los jóvenes fuera temporal, y que se capacitara a los beneficiarios para que trabajaran y fueran autosuficientes.
No es una mala propuesta, y todos la han desvirtuado empujándola hacia un tema doloroso:
la pensión a los adultos mayores y a los discapacitados.
No creo que la señora se atreva a tanto, sobre todo porque sus clientes y padrinos políticos (Fox, Calderón, Peña Nieto) reforzaron el apoyo económico a la vejez que inició don Andrés en CDMX (ex DF).
Pero los mexicanos le soplamos hasta al jocoque.
Con sólo mencionar la falta de dinero para mantener programas sociales en general nos ponemos de nervios, porque desde ahora se dan razones no pedidas para estancar esos apoyos, reducirlos o hasta eventualmente eliminarlos.
Si ella no, los que respaldan a la señora sí tienen ese estilo inconfundible: eliminar programas y proyectos antes que distraer recursos de oficinas, proyectos, sueldos y prestaciones suntuarias en los tres poderes del estado, sus cli-entes favoritos y sus entenados autónomos.
Como yo soy beneficiario de ese programa social, no votaría por la señora, sólo por si las dudas (el error de la vox populi es una certeza en las urnas).
No quisiera vivir con la zozobra de que una presidencia guadalupana apadrinada por una santísima trinidad de partidos, nos hiciera el milagro de sanar las finanzas públicas desapareciendo ese beneficio, lo que multiplicado por mis coetarios, sería un genocidio.
No dudo de doña X, dudo de quienes inventaron su precandidatura.
Muchos viejos sólo queremos pasar nuestros últimos años con tranquilidad, ni siquiera con lujos.
Tal vez sea injusto con doña X, porque debo admitir que tengo algunas casi coincidencias con la señora, tanto que hasta podría ser precandidato:
- Nunca me encadené a una silla, pero sí me atoré en una con una cadena de leontina.
- Nunca me metí en una botarga, pero sí me disfracé de patricio romano en una fiesta.
- Escandalizo, pero nada más cuando tomo vodka o ginebra.
Sólo me faltaría una X en la ecuación de mi posible candidatura presidencial para poder cargar los voraces dados de los medios, sacarme de mi cómodo anonimato, y encumbrarme como el insospechado prócer de esta mítica derecha zurda, importada de la fantástica república de las hadas y los unicornios.
Como esa incógnita matemática no es la X de “Xoconostle” y además no sé montar en bicicleta, mejor me quedo como estoy.