Trueba Lara sobre ‘el político transa’
Gobiernos van y vienen, desde el añejo PRI, luego el PAN y el PRD hasta desembocar en MORENA en forma de presidentes, gobernadores, alcaldes, diputados y senadores, sin que la corrupción amaine su furia de vendaval.
Gracias al regalo decembrino de una querida amiga, llegó a mis manos el libro que José Luis Trueba Lara publicó el año pasado, “Mitos Mexicanos. Ocho historias que no le contaron en la escuela y nos inventaron como nación”, de la casa Penguin Random House Casa Editorial, en la serie Taurus.
Con su estilo inconfundible, profundo, sarcástico e incisivo tanto como profundo y reflexivo, Trueba Lara dedica el séptimo capítulo a “El político transa” en el que traza las raíces históricas de los personajes como los que hoy, bajo una bandera de nombre cursi (“Cuarta Transformación”) pretenden pasar como los destructores de la corrupción.
Sí, cómo no.
“La corrupción (entre otras muchas cosas) es un arma política con doble filo, se permite o se combate con tal de destruir o cooptar a los rivales y, por si esto no bastara, también se usa para premiar a los seguidores más fervorosos y cumplir con los compromisos que se adquirieron con tal de sentarse entre los cuernos de la luna”, escribe Trueba Lara.
“El ayúdame que yote ayudaré es una de sus normas fundamentales”, remata el autor.
Una de las características más nocivas de los gobernantes mexicanos, desde siglos atrás con el arribo de los conquistadores españoles, es el patrimonialismo, es decir, “el hecho de considerar como privados los cargos y el dinero público”, nos dice el autor.
“El patrimonialismo no sólo tenía la anuencia del soberano”, agrega Trueba Lara, “el dinero que los compradores habían gastado justificaba la propiedad del cargo y, tal vez, gracias a eso nació uno de los refranes que dan luz sobre la transa. ‘El que paga por llegar, llega para robar’”.
Bajo esta perspectiva, entendemos, por ejemplo, la proclividad de MORENA (primero con López Obrador y ahora con Scheinbaum) a atacar y destruir al organismo defensor de la transparencia y la rendición de cuentas, así como la opacidad extrema de sus gobiernos.
¿A qué político mexicano le gusta que le levanten las enaguas, es decir, le saquen a la luz las cuentas públicas, asignaciones directas, licitaciones arregladas, nepotismos y conflictos de interés?
Desde mi época de adolescente y las indispensables lecturas de los monos de Rius, “Los Agachados” y “Los Supermachos”, no me divertía y encabronaba tanto, al mismo tiempo, como con los retratos de los políticos mexicanos de Trueba Lara en su libro (ni Benito Juárez se salva), los cuales mantienen vigente, desde la época de la Nueva España, a la corrupción como forma de vida.
“Beno (así le decía su esposa Margarita Maza) no se andaba por las ramas con tal de conservar el poder y llenarse los bolsillos, por eso se ganó a pulso las críticas de los liberales de cepa, que terminaron por repudiarlo”, señala el autor.
Por si fuera necesario recordarlo, Trueba Lara retoma una cita de Gabriel Zaid que ilumina cualquier oscuridad: “La corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema”.
Lejos de sentarnos a tomar tequila en una cantina para consolarnos ante “lo inevitable” de la corrupción, Trueba Lara concluye su capítulo con una especie de premonición:
“El final de la corrupción sólo ocurrirá cuando tengamos menos caudillos y más sociedad, cuando los poderosos se enfrenten al desafío de que sus acciones puedan ser verificadas... y, por supuesto, cuando le gente deje de pensar que la corrupción forma parte del ser de los mexicanos y que, por puritita suerte, ya no están los que antes ‘robaban más’”.
Por puritita suerte, agrego yo, no dejaremos de exhibir, desenmascarar y burlarnos de los políticos transas que hoy, bajo nuevas siglas pero con las malas mañas de siempre, viven una fiesta de la corrupción en MORENA y partidos aliados.