El país de las cucharas largas
Un hombre que viajaba mucho y había vivido muchísimas experiencias contó una vez esta historia, sobre algo extraño que le sucedió:
De entre todos los países que había visitado, recordaba de forma especial el País de las cucharas largas.
Había llegado ahí de casualidad.
En realidad iba a Uvilandia Parais, pero en un cruce de caminos, torció hacia el País de las cucharas largas.
Al final del camino, se encontró con una casa enorme, que estaba dividida en dos pabellones:
Uno al oeste y otro al este. Aparcó el coche y salió.
Delante de la casa había un cartel que decía: "País de las cucharas largas".
En la casa solo había dos habitaciones: una negra y otra blanca.
Un largo pasillo conducía hasta ellas.
A la derecha se encontraba la negra y a la izquierda, la blanca.
¿Qué había en la habitación negra
Primero torció hacia la habitación negra. Pero de pronto, y antes de llegar a una puerta muy alta, escuchó algunos quejidos y gritos lastimeros: ‘¡Ayyyyy!- gritaban desde el otro lado de la puerta.
Los quejidos y gritos de dolor le hicieron dudar, pero siguió adelante, y al entrar, se encontró una mesa muy larga, con cientos de personas alrededor.
El centro de la mesa estaba lleno de fantásticos manjares, los platos más suculentos y apetecibles.
Pero, aunque cada uno tenía una cuchara con el mango muy largo atada a la mano, todos se morían de hambre.
¿La razón?
Tenían unas cucharas cuyo mango era el doble de la longitud del brazo.
Todos alcanzaban a la comida, pero luego no podían llevársela a la boca.
La situación era desesperante, y los gritos de angustia y hambre de las personas, le hicieron alejarse a grandes zancadas de allí.
La habitación blanca
Entonces fue a visitar la habitación blanca, justo al lado opuesto.
Lo primero que le llamó la atención al avanzar por el largo pasillo fue el silencio.
No escuchaba gritos ni lamentaciones.
¡Cuál fue su sorpresa al entrar y ver, igual que en la otra sala, una enorme mesa con manjares en el centro!
Todos tenían la misma cuchara larga atada a las manos.
Sin embargo, no morían de hambre, porque cada uno tomaba el alimento del centro y le daba de comer a la persona que tenía enfrente.
De esa forma todos podían comer.
El hombre dio media vuelta y volvió a su coche. Ahora sí, de camino a Parais…
Reflexiones del Editor sobre este cuento de Bucay:
¿Imaginas un mundo que prefiere morir de hambre antes de ayudar al menos a no morir al otro?
Ese mundo tan egoísta existe, muy a nuestro pesar
Bucay plantea el dilema entre dos posibles mundos:
- Uno, donde las personas solo piensan en ellas y son incapaces de fijarse en las necesidades de los otros. Un mundo en donde impera el egoísmo.
- Ese mundo es el que representa la sala negra, donde las personas, a pesar de tener abudante comida, morían de hambre, cegadas por su egocentrismo.
- Solo sabían quejarse, sin buscar una solución, sin encontrar salida.
- Simplemente, se dejaban morir.
- Otro mundo en donde todos colaboran y unos ayudan a los otros, con lo que al final todos salen beneficiados.
- En la sala blanca, la empatía movía a todos los comensales a ayudar a la persona que tenían enfrente.
- De esta forma, al final ellos también recibían ayuda, y nadie moría de hambre. El trabajo en equipo, que es un trabajo solidario, al final obtiene mejores resultados.
- Más aún si se mueven por un sentimiento de empatía hacia el otro.
¿Te das cuenta? La única forma de sobrevivir es pensar en el otro
En nuestras manos está, porque al final, la decisión sobre qué mundo queremos la tenemos que tomar cada día cada uno de nosotros.