Los recuerdos del porvenir

Carlos Chavarría DETONA: El problema no es un político en particular, el problema somos todos nosotros que vivimos en la anomia y la conformidad.
Érase un país que se convirtió en caricatura, érase las caricaturas una realidad; érase la realidad una mentira y érase la caricatura una verdad. ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Érase un país... Érase un país

Así inicia el prólogo de Marco Rascón al libro publicado en 1997, de la autoría del caricaturista político Patricio “El sexenio de los miserables”, cuyo propósito fue retratar la realidad de aquellos años, cuando nació el neoliberalismo como opción hacia el futuro y empezó la lucha denodada de la izquierda mexicana, hoy entronizada con todo el poder para plantear como opción de futuro volver a la política y al México de los 1970, esa caricatura que magistralmente retrato Patricio.

Si bien el neoliberalismo instalado por los tecnócratas encabezados por Salinas de Gortari, se quedó nada más en la apertura comercial y de capitales como futuro, no tocaron para nada el modelo de gobernanza y la estructura de la política para más allá de ese corto futuro que esperaban dominar por 24 años a saber; la izquierda tránsfuga del PRI formó sus partidos y lograron poner a Fox en la presidencia.

Después de un periplo de 28 años a partir del sexenio de Zedillo, lo más que logramos entender los desmemoriados mexicanos es que no tenemos más futuro que el volver al pasado glorioso y sinvergüenza del viejo PRI (¿?) y empezar el ciclo caricaturesco de nuevo.

Quién quita y en otros 30 años y unas cuantas crisis adelante, podamos desatarnos el lastre del pasado caricaturesco, hoy de nuevo glorificado, y podamos salir de este laberinto que bien visto, empezó en 1821 y del que aún no aprendemos como salir.

Nuestro desarrollo estilo chotis: 4 pasos adelante, 4 pasos para atrás; seguirá en tanto no fijemos una visión de futuro que rompa con los paradigmas impuestos por una burocracia diletante que consume para sí más del 20% del producto nacional, y dejemos de voltear al estado como fuente de toda sabiduría, que no la tiene.

Nuestras instituciones estarán sometidas al mismo presidencialismo caduco que evita el progreso real del país, pues perdería su razón de ser: mantener su clientela electoral, origen de su voto duro de cada sexenio, el de los más pobres.

El modelo de desarrollo social actual es copia del equivalente de la postguerra del siglo pasado; simplemente implantar más derechos de todo tipo, cuyos costos (no hay derecho sin costo) gravitaran sobre el gasto público y exigirán más cargas para todos, incluyendo con fatal ironía a los beneficiarios de esos mismos derechos adicionales, de nuevo la caricatura.

A diferencia de esa época pasada, a la que se pretende revivir como futuro opcional, ahora no tenemos la abundancia de aquellos aceites emanados por los  “Veneros del Diablo” que daban para eso y más; ahora se han convertido, cayendo sobre nuestras espaldas, en dos monstruos burocráticos obsoletos heredados  como son PEMEX y CFE, que mantienen el control de la energía en nuestro país y no saben cumplir con ese encargo sin perdidas.

En un momento muy álgido del mundo, tiempos en los que se busca una salida hacia delante, nosotros optamos por el pasado que no volverá.

Continuamos la marcha sin atrevernos a romper con el pasado usando toda la creatividad y energía que poseemos como nación.

Lo hicimos porque nos gusta manejarnos con el espejo retrovisor como brújula y por eso no acertamos a tomar el lugar que nos corresponde de acuerdo al tamaño, potencialidad y debilidades de nuestra economía, así como la complejidad deproblemas que enfrentamos.

El futuro no se revela ni se autodetermina espontáneamente, debe ser modelado a través de procesos de planeación deliberados y no por ocurrencias sexenales, que para ser rupturistas de paradigmas y lastres, deben obligar a salir de la caja obscura a una conciencia colectiva bien acomodada a lo conocido.

Cuando se trata de planear es muy cómodo y tentador que el futuro se parezca al pasado inmediato.

Para que la planeación cobre algún sentido, se hace necesario la definición clara y precisa de un modelo de futuro deseable, así como determinar los medios para lograrlo en términos de seleccionar o inventar los cursos acción, practicas, políticas y programas.

Por ejemplo, si debo hacer un plan de educación primero tendría que pensar en que tipo de país se pretende crear con esa educación.

Cuando en los 1970, Luis Echeverría derrumbo el modelo de Torres Bodet (Aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser) con su reforma educativa orientada a las masas, lo hizo mirando hacia el pasado cardenista.

Si pensamos mitigar los riesgos a la vista y convertirnos en un jugador dominante dentro del Grupo de los 20 de la OECD, que pueda hacerse cargo de sus problemas y atrasos, es impostergable  concentrarnos y movernos en una secuencia simple:

  1. Una educación para la innovación y la convivencia,
  2. No meterle dinero bueno al malo,
  3. Deshacer las ataduras de una gobernanza ineficaz,
  4. Fijar y practicar estrategias bastante más allá de los tiempos de la política electoral.
El problema no es un político en particular, el problema somos todos nosotros que vivimos en la anomia y la conformidad con la medianía de metas y alcances.

Aceptamos vivir en un sistema político-económico inestable por diseño que nos condena a vivir en ciclos de auge y crisis por siempre.

“El sol de la mañana no dura todo el día”, pero de los días negros del pasado, ni salimos fortalecidos y tampoco aprendimos, que al hacer lo mismo se obtendrán los mismos resultados, para nosotros el cambio es poco apetecible.

Finalmente, la efervescencia de la lucha electoral se aquietara, habrá acuerdos y López Obrador al fin se callara la boca dejando a la nueva Presidenta hacer su trabajo, porque  a nadie le serviría un país destruido.

Los resentidos encontrarán su espacio en el renovado totalitarismo presidencial que se votó, porque para eso sí fue diseñado, para que quepan todos, pero será el mismo sistema para una población que no le interesa definir el futuro y luchar por él.
 

El problema es que ya no producimos bienestar suficiente para todos y eso es inaceptable desde la óptica que se le juzgue, debemos rediseñar el futuro con una visión de 100 años o más, en un mundo radicalmente diferente del cual no podremos abstraernos.

Requerimos de una nación autorreferenciada que se adapte con rapidez a los cambios que se demandaren al futuro, y todo ello empieza por una nueva política.

Carlos Chavarría

Ingeniero químico e ingeniero industrial, co-autor del libro "Transporte Metropolitano de Monterrey, Análisis y Solución de un Viejo Problema", con maestría en Ingeniería Industrial y diplomado en Administración de Medios de Transporte.