Tras los pasos de Baruch Spinoza en Amsterdam
En este frío y húmedo invierno neerlandés, recorrí las calles que pisó el filósofo Baruch Spinoza.
Nacido en la ciudad de los canales en 1632, en el seno de una familia judía portuguesa sefardí, fue expulsado de su comunidad por hereje, con una condena terrible:
Uno de los grandes pensadores judíos, maldecido por su propia comunidad.
Fue perseguido por las autoridades que buscaron prohibir la impresión de varias de sus obras por radicales.
El Tratado Teológico Político, publicado en 1670; la Ética, escrita entre 1661 y 1675 y publicada de manera póstuma, y el Tratado Político, inconcluso a la muerte del filósofo en 1677. El paso del tiempo reivindicaría su genialidad.
En el antiguo canal Houtgracht donde vivió Spinoza, se asentó la comunidad judía-portuguesa.
De acuerdo con diversas fuentes, la casa de los Spinoza ocupaba el espacio donde ahora se localiza la iglesia católica de Moisés y Aaron o San Antonio de Padua.
Un vecino cercano fue el gran pintor Rembrandt.
El barrio fue sede de las sinagogas más antiguas de la ciudad.
Se rellenó en 1882 para formar una nueva zona: la Waterlooplein, que terminó semiabandonada tras la persecución de los judíos en la II Guerra Mundial, ahora recuperada.
Spinoza hablaba hebreo, portugués, neerlandés, español y latín, lengua en la que escribió sus obras.
Fue la época de oro de las Provincias Unidas, bajo el mandato del líder del gobierno Jan de Witt, quien propició un gobierno demócrata, liberal y republicano hasta ser derrocado y linchado, con su hermano Cornelio de Witt, por los partidarios de la casa de Orange.
Se dice que Spinoza, seguidor de de Witt, buscó colocar una placa en el lugar de su ejecución con la leyenda Ultimi Barbarorum o Última Barbarie.
Durante la gestión de Jan de Witt, la república holandesa fue una de las potencias mundiales, extremadamente rica.
Cierro esta columna con citas de la Ética de Baruch Spinoza:
“Cada uno juzga o estima según su afecto, lo que es bueno o malo, mejor o peor, lo óptimo y lo pésimo. Así el avaro juzga que la abundancia de dinero es lo mejor de todo, y su escasez, lo peor.
El ambicioso, en cambio, nada desea tanto como la gloria, y nada teme tanto como la vergüenza. Nada más agradable para el envidioso que la desgracia ajena, ni más molesto que la ajena felicidad…”
“Lo que engendra la concordia tiene que ver con la justicia, la equidad y la honestidad. Pues los hombres, aparte de la injusticia y la iniquidad, también soportan mal lo que se tiene por deshonroso…”
Una más del Tratado Político:
“… me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar las acciones humanas, sino entenderlas. Y por eso he contemplado los afectos humanos, como son el amor, el odio, la ira, la envidia, la gloria, la misericordia…”