Venezuela: de la encrucijada al desastre
La iniciativa conjunta de Brasil, Colombia y México para mediar entre el gobierno de Maduro y la oposición naufraga hacia el fracaso y el desastre.
Se debe al deslinde parcial de México de la exigencia de limpiar y transparentar la elección, evitar la violencia y la represión del régimen de Maduro y al rechazo a celebrar nuevas elecciones.
El declarar que México espera el veredicto del Tribunal Supremo de Justicia del peritaje del material electoral, pretende desconocer el control que el gobierno venezolano tiene sobre el mismo. Solo fortalece a Maduro.
El negarse a hablar y escuchar a la oposición venezolana no honra el principio de no intervención sino hace evidente el intervencionismo a favor de Maduro.
El ausentarse por segunda ocasión de la reunión del Consejo de la OEA, con Brasil y Colombia votando a favor de una resolución para transparentar la elección en Venezuela, no hace honor a la política exterior mexicana, nos aísla y nos vuelve vergonzantes.
México debería condenar sin ambages la violación de derechos humanos, la represión, la persecución de los líderes opositores y de tantos venezolanos que se arriesgaron para defender su derecho a una Venezuela democrática.
Hubiera sido deseable que México se sumará a la Declaración de Santo Domingo, suscrita el viernes 16 por 22 países y la Unión Europea que llama a “la sensatez y la cordura en Venezuela”.
Convoca a los actores sociales y políticos a ejercer mesura en sus actuaciones públicas y a respetar los principios democráticos y los derechos humanos de los venezolanos.
Rechaza la represión a manifestantes y llama a las autoridades venezolanas a poner fin a la violencia y a aplicar la Convención de Caracas sobre Asilo Diplomático que exige expedir los salvoconductos a los seis asilados en la embajada argentina.
¿O acaso solo pedimos su aplicación para Jorge Glas?
Finalmente, insisten en la inmediata publicación de todas las actas originales de la votación, que el Consejo Electoral de Venezuela no ha publicado, y la verificación imparcial e independiente de dichos resultados, de preferencia por una entidad internacional.
México se había opuesto, según fuentes brasileñas y colombianas a dicha verificación internacional.
Un gobierno que se dice democrático, como el del presidente López Obrador, se traiciona a sí mismo al no sumarse a la condena de la represión y la violencia, al avalar un fraude electoral, cuando durante tantos años luchó contra ellos, al poner por encima del respeto a los derechos humanos, una caduca concepción de soberanía, y al alejarse de otros países democráticos de la región y de nuestros socios norteamericanos y europeos.
La historia juzgará ese abandono de los valores democráticos y de las mejores tradiciones diplomáticas de México: