La verdad y la normalidad en el futuro

Carlos Chavarría DETONA: Salimos del salvajismo y la barbarie, porque nada se podía construir sobre esos estadios de la civilización.
Sin verdad y algún vestigio de normalidad no es posible construir algún futuro alternativo estable

La normalidad no es solo un acuerdo social para distinguir entre lo conveniente y lo detestable, sino diferenciar lo que es correcto de aquello que no lo es. Salimos del salvajismo y la barbarie, porque nada se podía construir sobre esos estadios de la civilización.

Entonces pasaron siglos para formular la ética y moralidad prudenciales, primero como requisitos pues no podríamos darse la convivencia sin ellas, además no habría libertad verdadera sin ética y moralidad en  la conducta de todos, ahí la ética y la moral se convirtieron en principios de vida autónomos que no requieren coerción externa,.

Cuando el poder; convertido en las formas de  gobernanza; convirtió esos principios en derecho, fue inevitable que esos poderes insertaran el sino de sus intereses en las propias leyes y empezaran a surgir desviaciones de la normalidad que la alejan cada vez más de los principios aduciendo la evolución modernista del pensamiento, las circunstancias y el conocimiento.

La modernidad comenzó precisamente porque el poder desde el estado dejaba caer toda su fuerza disciplinaria al pre-determinar la normalidad.

Pero fueron la ciencia y el saber mismo lo que despertó la energía del verdadero poder que no se encuentra en un solo lugar histórico sino que como planteó Foucault, en realidad circula en la sociedad y de alguna  forma con la norma desde el estado.

Foucault afirma que “el poder, lejos de concentrarse en el poder del Estado, circula como micropoderes o microfísicas (Foucault, 1992b, 2003).

En otras palabras, el poder no se encuentra en manos de una persona o grupo particular -por ejemplo, la clase empresarial-, sino que se ejerce de manera relacional y transversal a todo el cuerpo social.

De ahí que analice las diversas formas de ejercicio del poder y las posibilidades de oponerse a él, y como indica, donde existe el ejercicio de poder, existe, a su vez, oposición y antagonismo a ese poder” (Foucault, 1996a: 64; Sauquillo J., 1987: 196-198).

Si antes lo normal fue la oposición y antagonismo a todas las  formas de sometimiento intelectual hoy todo ha cambiado, lo normal es aceptar como si todo fuera verdad, y sin mayor análisis ajustar la normalidad.

Esos micropoderes disponen, con las tecnologías de información, de todo el espacio para divulgar narrativas y discursos diversos como modernizadores y revolucionarios, cuando en realidad jugamos al gato y el ratón entre nuestra consciencia que trata de diferenciar lo que es correcto e incorrecto, y el pragmatismo como única regla para pensarnos a nosotros mismos.

Antes podía explicarse la abulia mental que nos caracteriza, como un forma de supervivencia ante el poder represivo del estado, pero hoy declinamos en cómoda posición cualquier debate para definir activamente lo que es normal, así  como lo que es prosocial de lo que no lo es.

En una misma semana estallaron 3,000 aparatos antiguos de comunicación que asesinaron e hirieron a miles de personas en Líbano en el contexto de una guerra regional sorda entre antiguos fundamentalismos entre corrientes judías y musulmanas.

En México se despierta la violencia entre carteles de las drogas por el liderazgo vacío que dejó el Mayo Zambada y el estado en voz de sus rostros y agentes del momento recomienda esperar a que se arreglen entre ellos. Normalizando así  la violencia y el miedo.

Como para que no se olviden de que aun ahí están, la ONU organiza una pasarela de mandatarios y enviados para que al menos hagan sentir su voz y aprovechen la ocasión para tratar de dictar al mundo sus verdad local como la única.

En tanto los problemas ya no se resuelven, se trata de que mueran por senilidad y nosotros expectantes a sabiendas de que habrá que adaptarse aunque se pierdan trozos de libertad todos los días y en todos los aspectos.

Normalizamos la simulación en una gobernanza mundial.

Si antes la televisión era la caja idiota “que distraía a la gente de su triste condición” como lo dijo alguna vez Emilio Azcárraga, fundador de Televisa.

Hoy la modernidad informática es el vehículo para instrumentar el sopor en la mente colectiva, apagando casi por completo el pensamiento crítico y cualquier vestigio de inconformidad.  

La conformidad ahora es la normalidad.

Permitimos que la política pusiera el bienestar comunitario supeditado a los interés de cada facción en pugna.

Por ejemplo, nuestras ciudades se convirtieron en simples aglomeraciones sin gobierno, donde todas las ventajas por economías de escala y estandarización de la actividad, ahora conspiran contra la calidad de vida urbana. Lo normal ahora es vivir en el hacinamiento sin control.

La verdad y el poder, al igual que la normalidad han tenido una relación históricamente tormentosa

El poder dicta, pero los hechos convencen según se muestren en la internet, y “…sin embargo se mueve” murmuró Galileo cuando el poder de la iglesia católica lo obligó a abjurar de la tesis heliocéntricas que había comprobado.

Ahora creemos porque es absurdo, la normalidad es no pensar.

El saber-ciencia permitió un florecimiento de la verdad y la parresia desde el Siglo XVIII y hasta bien entrado el Siglo XX, pero, porque  siempre hay un pero, la fragmentación de la ciencia y su matrimonio con el utilitarismo desviado, dejaron a la  verdad como algo relativo y no concluyente de nada.

Ahora los micropoderes pueden crear miles de seudo verdades alternativas, sesgadas todas, pero atractivas para la masa que nada sabe. Normalizamos los debates no conclusivos.

Desde las comunidades y clanes se trabajó por generaciones para crear y consolidar naciones como entidades culturales diferenciables, capaces de inspirar sentido de pertenencia e identidad.

Hoy la mega-tendencia se distingue porque cualquiera puede romper el sentido de identidad y convertirse en poseedor de la nueva cultura de la no-pertenencia o pertenencia flexible.

Normalizamos la pérdida de la identidad social

El nuevo demos dirigido por unos cuantos estólidos personajes que se hacen llamar “influencers” son los creadores de la “verdad suficiente” para ser imitada. 

El resultado es claro: un arma de idiotización masiva para socavar las sociedades desde sus generaciones más jóvenes, para controlar lo que leen, los mensajes que les llegan, y las actitudes que mantienen con respecto a todos los temas, mientras sueñan con dar un día la campanada sin esfuerzo.

Normalizamos la estupidez

El conocimiento demostró que todos pertenecemos a una misma especie de la taxonomía natural y adquirió sentido el ser-humano y creamos el marco humanista de pensamiento para que creciéramos todos por igual.

Entendiendo lo humano en el mundo, el ser en el mundo, de algún modo, como dice Heidegger, como proyecto arrojado, de quien, en dignidad, autonomía, libertad, en condición humana y de sujeto, construye en su existencia personal y colectiva lo que quiere ser, formándose siempre, autoconfigurándose, autorrealizándose.

Ahora la última revolución humanista que propone la inclusión universal, que busca corregir infinidad de errores epistemológicos inspirados por el arrogante eurocentrismo de la modernidad occidental, hace alianza con el tecnocentrismo para formalizar como normal la exclusión  del conocimiento. N

Normalizamos la pobreza y selectividad por el conocimiento

El nuevo humanismo se vende a sí mismo como libertario y  democratizador, pero la facultad discrecional la tiene el feudalismo tecnocrático, pues los seres humanos deberán elegir de lo que alguien diseño de contenido según sus intereses, y que no son neutralmente éticos y morales.

Solo pensemos por un momento en qué lugar ocupa el enseñar el pensamiento crítico en las redes, simplemente ninguno

Podrá pensarse que es exagerado y todo se debe a que todavía no recuperamos la normalidad anterior a la vapuleada dosis de realidad, esa a la que nos sometió la pandemia, pero por lo pronto vivimos en la normalidad de la incertidumbre.

“No queremos saber lo que pasa, por eso lo negamos y eso es lo que pasa”. -Parafrasis desde Ortega y Gasset.
Carlos Chavarría

Ingeniero químico e ingeniero industrial, co-autor del libro "Transporte Metropolitano de Monterrey, Análisis y Solución de un Viejo Problema", con maestría en Ingeniería Industrial y diplomado en Administración de Medios de Transporte.