Adiós, Silvia Galván, domadora de remolinos capilares
Siempre me sacó de apuros. Una vez le dije que tenía una fiesta de disfraces, pero no tenía nada para la ocasión.
“Pantalón negro, chaleco, camisa blanca… y consigue una capa negra, aquí te arreglo”
En un santiamén, me convirtió en el Conde Drácula: cabello engomado hacia atrás, uñas postizas afiladas, un medallón falso que brillaba como uno verdadero, colmillos de plástico y un maquillaje que envidiaría Bela Lugosi.
“Listo para chupar sangre”, dijo al terminar el look vampírico
Silvia era sensacional. Peinó a mis dos exesposas en sus bodas. "A la tercera no la toco", me advertía entre risas, "porque seguro viene el divorcio".
Su salón era también un confesionario donde las planchas calientes alisaban tanto cabellos como dramas amorosos
Cuando expandió su marca a la Ciudad de México me invitó a conocer su nueva peluquería.
De ahí fuimos a cenar a un restaurante de la colonia Condesa con amigos de ella: Cuauhtémoc Blanco y María del Sol.
Silvia era amiguera, querida y respetada por celebridades que la convirtieron en una figura emblemática en el mundo del espectáculo.
Perdí el cabello hace años, pero nunca perdí la amistad de Silvia
Quedará en mi memoria una mujer de hábitos saludables, pionera de la industria de la belleza, madre de dos hijas, comadre de famosos y santa patrona de los mal peinados.
Una mujer coherente, sabedora de que el glamour es una lucha cotidiana.
Descanse en paz.