Nueva Era

La última entrevista de Porfirio Díaz (mexicanos en París y en Biarritz)

Pablo Hiriart DETONA desde Madrid: En una época, la aristocracia y la clase política mexicanas fueron francófilas: trajeron arquitectos franceses, copiaron la decoración e importaron el modelo de vida de Francia.
Buena parte de la aristocracia mexicana no nació, ni con mucho, en cuna noble.

Se hizo aristócrata mediante enlaces matrimoniales con hombres y mujeres de la más alta alcurnia europea, luego de hacer fortuna en las minas, la banca y las haciendas de San Luis Potosí, Guanajuato, Ciudad de México, Veracruz y otros estados a los que llegó un antepasado suyo que partió de cero.

Las familias Escandón, Iturbe, Béistegui, Mier, Landa, García Cobián, Gutiérrez de Estrada, fueron cortejados por la prensa francesa del siglo XVIII durante el imperio de Napoleón III, la república de Thiers hasta el estallido de la Gran Guerra, en 1914, que sorprendió al general Porfirio Díaz tomando el sol en Biarritz.

Tras cinco años de trabajo y luego de seguir la pista de familias latinoamericanas en hemerotecas, casas antiguas y cementerios, hasta reconstruir la historia de las que lograron el sueño de ser aristócratas en Francia, España y Gran Bretaña, María Inés Olarán Múgica publicó un volumen (su décimo libro) de 605 páginas titulado Grandes familias hispanoamericanas en Francia, centrado en las ciudades de París y Biarritz.

Encontró algo que no se conocía: la última declaración a la prensa en que el expresidente Porfirio Díaz se refirió a México.

La dio en una finca de Villa Barron, cerca del Faro de Biarritz, que rentaba los veranos en la ciudad-balneario de la costa vasco francesa, en 1913, pocos meses después del asesinato del presidente Madero, de cuyo crimen se deslindó y condenó en el Corriere D’Italia.

Recibió al enviado de la agencia Havas y el encuentro se publicó en el principal diario de la región, La Gazette de Biarritz, y en ella mandó el mensaje de su despedida permanente:

“No quiero emitir ningún juicio sobre el estado de mi país, pero conservo la esperanza de que México encontrará pronto, en la paz, una era de fuerza y de prosperidad. Por otra parte, yo no soy hombre de palabras ni de escritos; siempre he sido y quedaré como un hombre de acción. Mis conciudadanos han elegido los gobernantes que me han sucedido en el poder, (y) yo me inclino delante de sus decisiones y espero no salir de la reserva más completa. Ninguna palabra será pronunciada por mí que pueda dar lugar a comentarios o polémicas entre los partidos. Quiero permanecer extraño a todas las discusiones o disensiones; pero si, contra mis expectativas, estallara un conflicto exterior, yo no sabría permanecer como extraño”.

La historiadora María Inés Olarán nos dice, en entrevista realizada en un café del centro de Madrid, que este tipo de libros, aparentemente frívolos, buscan a lectores que quieran desconectarse un poco de tanta desgracia y malas noticias que nos abruman, y que desean conocer cómo hicieron para lograr sus metas “aquellas familias que querían ser reconocidas por su elegancia, sus bodegas de vinos, sus cuadras de caballos”, en la capital mundial del glamour y la cultura.

No hay que perder de vista, dice, que esas familias “primero llegaron como inmigrantes a México, fueron a México a trabajar.

Eso es lo que tiene mérito.

Los Béistegui, los Iturbe, los Errazu (ya sin descendencia), entre otros, no nacieron ricos. Se hicieron ricos allá (en México)”.

De todas las colonias latinoamericanas en París, “la mexicana siempre fue la más relevante desde el punto de vista social y económico”.

Eran conocidos como “los Rothchild mexicanos”, por ricos.

La prensa no se refería a ellos como millonarios, sino como “billonarios”.

Las reseñas de las fiestas, que son tomadas de los periódicos de esos años, son un empalagoso deleite de la cursilería de la belle époque.

Felipe Iturbe, dueño de la Casa de los Azulejos en la Ciudad de México, se casó con Helene Idaroff, y eran propietarios de una de las principales cuadras de caballos de Europa.

Eustaquio Escandón introdujo el juego del polo en Francia, y se casó con Guadalupe Landa, quien tenía el título pontificio de Marquesa de Barrón.

Cuenta María Inés Olarán que en el siglo XIX Londres era el centro financiero de Europa, pero París era “la capital de la alta sociedad”, y ahí los mexicanos eran los más importantes.

Por eso en una época la aristocracia y la clase política mexicanas fueron francófilas: llevaron arquitectos franceses, copiaron la decoración e importaron el modelo de vida de Francia.

Eran familias vinculadas al poder político en México: Joaquín María de Errazu, originario de Matehuala, que tiene uno de los mausoleos más suntuosos en Père-Lachaise (cementerio de París), hizo fortuna como prestamista de Antonio López de Santa Anna, a cambio de favores económicos: le entregaron las salinas de Peñón Blanco, y el derecho a recibir un porcentaje de las recaudaciones de la aduana y del puerto de Tampico, además de la administración de las rentas de la pólvora.

Los Béistegui eran hacendados y banqueros ligados al poder político en México.

Tienen una gran capilla funeraria en el panteón de Passy (París).

Narra la historiadora:

“Una de las más importantes familias del porfiriato ha sido la familia Landa Escandón y también una de las familias mexicanas que más huellas han dejado en Biarritz. El gobernador del Distrito Federal Guillermo de Landa y Escandón fue hijo de José María de Landa y Urquiza y de Francisca Escandón y Garmendia, y nació en la Ciudad de México el 2 de mayo de 1846…

“José María de Landa y Urquiza formó parte en México de la Junta de Notables, formada por las 215 personalidades más distinguidas del país que determinaron la forma de gobierno que convenía a México, aprobaron la monarquía y decidieron ofrecerla al archiduque Maximiliano de Austria. Juntamente con José María Rodríguez de Estrada, Joaquín Velázquez de León, José Hidalgo, Adrián Woll, Francisco J. Miranda, Antonio Escandón e Ignacio Aguilar Marocho, formó parte de la comisión mexicana que fue enviada al castillo de Miramar, cerca de Trieste, para ofrecer la corona imperial a Maximiliano, el 3 de octubre de 1863, que aceptó el 10 de abril de 1864. La esposa de José María de Landa, Francisca Escandón, fue dama de la emperatriz Carlota”.

Ameno e ilustrativo, sorprendente e informado. 

Grandes familias hispanoamericanas en Francia: París y Biarritz, de la historiadora española María Inés Olarán. (No está a la venta en México, aunque próximamente será presentado en la capital del país).
Pablo Hiriart

Nacido en Chile, emigró a México a fines de los 70. En 1980 inicia su etapa como reportero del semanario Proceso y del diario La Jornada antes de formar parte del equipo de comunicación del gobierno federal.
Desde el año 2016, participa en México Confidencial en Azteca 13, en Proyecto 40 y es Director General de información política y social del diario El Financiero, donde escribe la columna "Uso de Razón".