Desesperanza

La desesperanza mexicana

Rogelio Ríos Herrán DETONA: De tanto en tanto, se habla en México de generaciones de jóvenes, a los cuales les ha tocado vivir en carne propia algunas de las crisis económicas y políticas del pasado, como “generaciones perdidas”, aquellas cuyo futuro fue prácticamente cancelado por los gobernantes ineptos y corruptos.

En la década de los años 80 yo tuve mi pedazo de “generación perdida”: la crisis financiera del gobierno mexicano en 1982 fue devastadora y me marcó, como a muchos de mi edad y condición, con el hierro de la desesperanza.

En vista de la ineptitud, el cinismo y la insensibilidad de los gobernantes, aderezado todo con dosis generosas de corrupción y autoritarismo, me sacudí el idealismo ingenuo de mis 18 años (no lo deseché del todo, por cierto) para tomar conciencia de la realidad brutal que me esperaba apenas al terminar mis estudios universitarios en 1981.

Desde la perspectiva de hoy, a más de 40 años de distancia, ese fue mi momento de adoptar el pensamiento crítico como una herramienta esencial para navegar en la vida pública mexicana, entender a sus protagonistas, ideologías y decisiones políticas que, sin un contexto adecuado, se quedarían en meros actos particulares de personas con ambición de poder.

La crítica como herramienta intelectual, la suspicacia como estrategia de investigación; inquirir, desafiar las explicaciones simples o interesadas de los actores políticos, rechazar las invitaciones a subirse al carro del poder, todo eso me fue empujando inadvertidamente al terreno del periodismo como el campo natural –el refugio intelectual y emocional- para encontrar mi lugar en la vida.

La alternativa era sumergirme, como muchos, en la desesperanza ante los gobernantes y el país heredado de nuestros mayores, un campo minado de injusticias, ineptitud, corrupción y criminalidad en el cual la democracia era, en buena medida, una simulación. 

A partir de entonces, vi crecer a mi generación y observé su tránsito del idealismo y entusiasmo juveniles a la madurez desengañada, descontenta, un poco cínica y ubicada en un “ateísmo político”, el cual yo definiría no como la ausencia de un Dios o una religión cívica (la democracia liberal), sino como la ausencia de toda vida pública y el retiro monacal a la vida privada.

Mejor dejar hacer a los políticos ineptos y corruptos que dominan todo, en lugar de perder el tiempo en luchas inútiles contra el poder autoritario que todo lo avasalla, entonces como ahora en 2025, pues no han cambiado mucho las cosas.   

Mejor buscar en el exterior las oportunidades de vida, trabajo y plenitud cívica y política que México no ofrece, ni ofrecerá jamás, pensaban –no sin razón- muchos de mis contemporáneos.

La desesperanza no era un desánimo pasajero ni un desengaño con tal o cual líder político que empezaba como promesa joven y fresca, antes de subir al poder, para acabar como uno de tantos que recorrían la ruta: domesticado por completo por el sistema político que lo recibía, le limaba las asperezas y lo ponía a trabajar a su servicio

Tendríamos que remitirnos a un nivel más profundo de explicación: la desesperanza no es algo pasajero, sino permanente.

Una vez perdida la esperanza, resulta en vano intentar recuperarla. 

Si, por obra de un milagro, se recupera la esperanza, ella será una versión adelgazada, frágil y liviana como la gota de agua a punto de caer desde la hoja del árbol. 

Generación tras generación, se acumula una montaña de personas incrédulas ante la vida pública, indiferentes a lo que hagan o dejen de hacer los gobernantes, sin pasión por México y resignadas a vivir como mejor se pueda, a nivel individual, en un país que no parece tener remedio. 

Me explico.  

La desesperanza es “una actitud o estado anímico contrario a la esperanza.Se caracteriza por la sensación de haber perdido la posibilidad de alcanzar ciertas metas y logros”, nos dicen en definicion.com.

“Es una emoción”, agrega el portal referido, “a través de la cual una persona siente que las alternativas para una situación en particular se van agotando, quedando en un estado de indefensión ante ello”.

Aún más, “la desesperanza es un veneno que apaga ilusiones, motivaciones y energías poco a poco. Es la costra de la decepción permanente y esa espina que nos hace respirar a través de la amargura hasta sumirnos en una trampa psicológica muy peligrosa” (lamentemaravillosa.com). 

Al observar, década tras década, cómo el cinismo y la simulación de los gobernantes mexicanos –incluyo a todos los colores políticos-, su ineptitud y ambición envenenan la esperanza de los jóvenes en su país, ¿cómo puedo reclamar su alejamiento de la vida política y pedirles mayor participación cívica? 

Justo cuando la democracia mexicana parecía encontrar su rumbo después de al menos tres décadas de transición política del autoritarismo a un sistema de contrapesos y división de poderes, a partir de 2018 el gobierno populista de López Obrador y su MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) cancelaron ese rumbo y revirtieron la nave gubernamental de vuelta al autoritarismo. 

Claudia Sheinbaum sigue, en lo esencial, el mismo rumbo populista que su predecesor le marcó. 

Como periodista, ¿qué puedo hacer contra la desesperanza? 

Bueno, seguir de mi parte en la línea crítica al poder y la arrogancia de los gobernantes, junto con muchos colegas periodistas.  

No bajar la guardia ni claudicar en la tarea de revisar la actuación de los líderes de la nación para exhibir sus carencias y errores, su falta de compromiso y amor a México. 

Por último, si bien he visto varias veces a lo largo de mi vida cómo se hunde este país en crisis económicas, devaluaciones, inseguridad, narcotráfico, violencia y desesperanza, también lo he visto renacer una y otra vez.

Esa es mi esperanza perenne. 

Siempre hay un antídoto contra el veneno de la desesperanza. 
Rogelio Ríos Herrán

Egresado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México (1981)  y desde 1994 se ligó a los medios de comunicación como comentarista y productor en Radio Nuevo León y la televisión pública y colaborador y columnista en periódicos en Nuevo León y Arizona y Georgia, en Estados Unidos. Durante más de 18 años se desempeñó como editor de opinión en el periódico El Norte (Grupo Reforma), en donde además durante 15 años fue un editorialista regular con análisis sobre coyuntura de política internacional, Estados Unidos y asuntos mexicanos. Desde 2019 y hasta 2021 colaboró en Grupo Visión de Atlanta, Georgia, y condujo el programa radial Un Café Con Atlanta.