Comer, jugar y rezar

En estos tres actos, AMLO se pinta solo...
En un país profundamente generoso como el nuestro, la comida tiene un significado especial.

Tengo presente los dichos de mi madre sobre la importancia de tener alimentos en la mesa: “puedes escatimar en cualquier cosa hija, pero jamás lo hagas en lo que comes”, repetía constantemente. Me queda claro que lo decía porque sabía lo que era pasar hambre y, por eso, siempre se esforzó para que en su familia no pasara lo mismo.

Por ello, no me extrañan los vínculos que ha generado Andrés Manuel López Obrador con una parte de la población mexicana, mediante sus escenas perfectamente montadas, comiendo en diversas partes del país.

Queda claro que es parte de una cuidada estrategia política porque mientras al candidato presidencia le funcionó perfectamente, al gobernante la realidad lo golpea todos los días porque no todas las familias tienen comida en sus mesas.

COMER

En diciembre de 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advertía sobre lo peligroso de COVID19; los gobernantes estaban alertados y cualquiera, en su sano juicio, con el mínimo de empatía y responsabilidad de un cargo tan importante, hubiera tomado con seriedad el anuncio y actuado en consecuencia.

Con el tabasqueño, no fue así, desdeñó la información, a la ciencia y a los expertos. Quién no recuerda los imprudentes mensajes que daba meses después: 

“No dejen de salir. Todavía estamos en la primera fase. Yo les voy a decir cuándo no salgan. Sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas, porque eso es fortalecer la economía familiar, la economía popular... No hacemos nada bueno si nos paralizamos sin ton ni son, de manera exagerada”, decía orgulloso en un video en el que aparecía rodeado de comida en un restaurante en Oaxaca.

Junto con esa recomendación, invitaba a seguir dando abrazos y besos, a pesar de que el uso del cubrebocas se hacía indispensable como una medida para disminuir los contagios. Así es como a través del uso de símbolos culinarios, en su segundo año de gobierno, intentaba dirigir al país.

El saldo hasta hoy: casi un millón de personas que perdieron la batalla contra el virus, por la ineficiencia gubernamental.

La pandemia no fue el único momento en el que el inquilino de Palacio Nacional usó la comida como un instrumento propagandístico. Por supuesto, reconozco que esto no es exclusivo del presidente, es común ver fotos y videos de personajes políticos de todos los partidos, comiendo “entre el pueblo bueno”. Pero en el caso específico de López Obrador, el tema cobra especial importancia un elemento fundamental:

El montaje de escenas en fondas y restaurantes, que son también utilizados para alimentar la narrativa del “clasismo y racismo” que divide al país. 

Se ha generado la falsa historia de que sólo los seguidores de MORENA comen tlayudas, tacos, tlacoyos, tamales y platillos típicos de nuestro México, los “conservadores y neoliberales” aparecen sólo en restaurantes elegantes, como en ese que el presidente decidió celebrar el cumpleaños de su esposa y, además fue fotografiado otro de sus hijos, en compañía de “la señora que tiene dinero”.

JUGAR

En su ya conocida afición al beisbol, López Obrador ha destinado numerosos recursos para un deporte al que no le quito importancia, pero que ante los retos que enfrentamos como país, me resulta inexplicable sea una de las prioridades del tabasqueño.

En estos cuatro años, el gobierno ha invertido unos 2 mil millones de pesos para la promoción de este deporte.

En cambio, se han eliminado recursos fundamentales para el sistema de cuidados y también para la salud de los mexicanos.

Llama aún más la atención que cada vez que un problema se agudiza, las primeras imágenes que promueven en las redes sociales del originario de Macuspana sean jugando el llamado “rey de los deportes”, como si todo en el país marchara de maravilla. 

Si hay masacres, el presidente corre a ponerse el uniforme de béisbol para ir a jugar; si hay marchas contra la violencia hacia las mujeres, el presidente toma el bat para golpear pelotas; si hay señales evidentes de que aumentó la pobreza, el presidente macanea. Si se presenta otra crisis en el metro de la CDMX por la notoria falta de mantenimiento, responsabilidad de su “alumna favorita” o si una de sus aliadas en la SCJN no puede detener la exigencia social de su renuncia por haber plagiado su tesis de titulación, el presidente dedica su concentración a batear en el campo de prácticas. Si hay una cumbre internacional, el presidente declina su participación “porque tiene mucho trabajo” y a los pocos días, vemos con incredulidad que el presidente juega béisbol.

¿No es patético tener a un frustrado beisbolista en la caja de bateo presidencial?

Es lamentable comprobar que, entre las prioridades del presidente, antes que salvaguardar la vida de los soldados y marinos que exponen su vida por la seguridad nacional -han muerto 30 personas en accidentes de aeronaves de las fuerzas armadas- estaba el transportar a la mascota de su equipo favorito de béisbol, en un helicóptero de la SEMAR. La botarga llegó sana y salva a un encuentro de la temporada regular, ahí no aplicó la austeridad republicana.

REZAR
Hemos visto con asombro que a la llegada de un gobierno que se dice de izquierda, el Estado laico no importa.

López Obrador nos demuestra a cada momento que actúa más como pastor de culto (en modo jefe de partido), que como titular del poder Ejecutivo. Pretende darnos clases de moralidad, cuando la ética, el respeto a la dignidad de las personas y el bien común, no son parte de su formación, menos de su gobierno.

López Obrador es un predicador que ha abusado de la fe del pueblo de México, de sus gobernados y de los que se niega a representar.

Ha dicho públicamente que se confiesa todos los días, como si eso le otorgara el permiso de delinquir y violar constantemente la ley y lastimar a los mexicanos. 

Sin embargo, el presidente no reza, no sabe cómo hacerlo y tampoco se le puede exigir eso a un gobernante. Los que sí rezamos para que este gobierno termine ya y demos paso a uno que entienda la pluralidad y la responsabilidad que implica un encargo de esta naturaleza, somos los mexicanos, que no concebimos en qué momento llegamos a esta etapa, en la que el mandatario que prometió una transformación, lo único que ha hecho es vociferar por las mañanas, comer todo el tiempo y jugar a cargo del erario.

Sí, los mexicanos si rezamos, lo hacemos para que esta pesadilla llamada obradorato pronto termine.
Adriana Dávila Fernández

Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad del Altiplano del estado de Tlaxcala. Su trayectoria profesional y política la ha desarrollado en los Poderes Legislativo y Ejecutivo Federales, así como en organizaciones de la Sociedad Civil.