El asesinato de la familia Aguillón

De pronto se detonan mis recuerdos y muchos sentimientos…

Comencé mi carrera de comunicación hace 30 años en el periódico ABC, donde conocí la historia de su fundador, Gonzalo Estrada Cruz, digno de toda mi admiración, cariño y respeto.

Un luchador incansable que tocó puerta por puerta para vender su publicidad y terminó siendo el dueño de 13 estaciones de radio y otros negocios más.

En esa época los pandilleros peleaban con piedras y palos, los jóvenes adictos a la droga bajaban de los cerros cargando la radio casera al hombro y escuchaban su música “rebajada”, es decir como arrastrando la voz. 

Pocos tenían walkman y no existían los Ipod, que años después nos servirían para almacenar cientos de canciones en un pequeño dispositivo que se llevaba en la bolsa de la camisa, gracias a la ingeniosa idea de Steve Jobs, que quería escuchar en todas partes a su admirado Bob Dylan.

En el periódico ABC cubrí la nota policiaca; en ese entonces los pandilleros eran el dolor de cabeza de la sociedad; morían en guerras de piedras y palos, usaban señas y decían “trinche pa´arriba o trinche pa´bajo”; tenían a la ciudad llena de pintas, así marcaban su territorio.

Las pandillas se diferenciaban por una pañoleta, que bien podía ser roja o azul y las mujeres de la colonia, eran sus mujeres, así que la guerra comenzaba cuando alguien se enamoraba de “una morra” que vivía en el bando rival. 

EL ASESINATO DE LA FAMILIA AGUILLÓN

En 1994 me tocó cubrir el crimen de la familia Aguillón, en San Nicolás; entonces los reporteros viajábamos en las unidades de los agentes ministeriales y si corríamos con fuerza, entrábamos antes que ellos a la escena del crimen.

No había protocolos. Aunque las cosas supe que cambiaron muchos años después gracias a Aldo Fasci, quien se encargó de implementarlos. 

Aquella tarde, sentí que el olor de la muerte se impregnaba en mi ropa.

Vi como la sangre corría desde la puerta de la entrada por un largo pasillo del jardín, hasta llegar a la reja que daba acceso a la vivienda.

En el costado izquierdo de la casa había una pequeña puerta por la que entramos, pasamos por la cocina y fuimos a dar a la recámara, donde me sorprendió la imagen de un bebé con un enorme cuchillo encajado en su espalda.

Después de la cama, pegada a la pared estaba tirada la madre con trozos de cabello entre las uñas, como huella evidente de su lucha. 

Salí de ahí con el asco en la garganta y llegué a la sala, ahí me encontré con el médico forense, que me dijo: “Teresita, podría venir a ayudarme”.

Sí, claro, ¿qué tengo qué hacer?, le pregunté. 

“Ponga la mano apuntando aquí”. Era justo la mitad de la espalda de un hombre que había quedado tirado en la puerta de la casa.

Y siguió contando, ochenta y siente, ochenta y ocho…fueron más de cien puñaladas. 

Alberto Vázquez, quien también era reportero del mismo medio y había estado en la escena del crimen, quería redactar la nota, y la jefa de información acordó que la firmaríamos y escribiríamos los dos.

Mientras él revelaba sus fotos, comencé a redactar, pero no podía avanzar, tenía que evocar los hechos y eso me provocaba náuseas… finalmente hice mi parte y luego invertimos los papeles, yo me fui al cuarto oscuro a revelar mis fotos y Albero se quedó redactando.

EL OLOR DE LA MUERTE...

...estuvo presente por semanas, por meses, por años… aún me llega con el recuerdo de aquella tragedia.

Después de redactar esa noticia, pedí mi cambio a la Sección de “locales”, ahí me tocó reportear las campañas políticas, pero esa, esa otra historia....

Teresa Sepúlveda Elizondo

Licenciatura en Comunicación egresada de la UANL. Maestría en Procesos Electorales por la Escuela Superior de Procesos Electorales y postulante al Doctorado en Educación por la Universidad Humanista de las Américas. Periodista, catedrática, comentarista y observadora de los procesos electorales y la vida cotidiana.