El silencio del aula virtual
Fui ayudante de albañil y yesero. Repartí cervezas y refrescos en un triciclo, vendí raspados (yukis), cuidé casas, pinté puertas y ventanas y aprendí a usar el torno y la fresadora en pequeños y grandes talleres de torno.
Después me hice poeta. Y periodista. Dirigí un archivo histórico, he sido funcionario menor y promotor cultural y tallerista.
De un tiempo a esta parte, mi vida dio un giro total: la pandemia me mandó a casa.
Dije adiós al editor y al burócrata de la cultura y me subí al vagón de la docencia.
Un poco antes entregué la revista Armas y Letras y guardé en una caja con diez candados los cargos que no ocupé.
Ahora soy maestro universitario. Y lo que más me aterra es el silencio del aula virtual.
NI BULTOS NI ZOMBIES
Les digo a mis alumnos que no me gusta trabajar con bultos ni con zombis y que el conocimiento lo hacemos entre todos.
Se impone un silencio fulminante y me hundo en el asiento poco a poco hasta convertirme en una gota de agua, un montoncito de arena o un globo sin aire.
Hasta que el sonido de un micrófono enciende la luz del aula virtual y una voz tímida y suave ahuyenta al silencio.
Hace poco hablamos de videojuegos. Las palabras clave fueron: adicción, secuelas, regulación, habilidades, ocio, límite de tiempo, negocio, responsabilidad, China, realidad, ficción, entretenimiento y alternativas.
El silencio del aula virtual acecha. Pero es incapaz de sobrevivir si hay puntos en común.
Y por supuesto al alumno tampoco le gustan los bultos ni los zombis.