Es Claudia... La mejor alumna de la "Escuela de lo Ilegal"
El presidente Andrés Manuel López Obrador, una vez instalado en Palacio Nacional, se metió a una máquina para regresar el tiempo en el que se inició como político, cuando ingresó al Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1976, al que renunció luego de 12 años de militancia, para incorporarse a las filas del Partido de la Revolución Democrática (PRD), porque no le dieron la candidatura a la gubernatura de Tabasco. Su formación electoral se dio en la época en la que el jefe del Estado mexicano decidía quiénes y cuándo se postulaban para un cargo popular, evidentemente con la certeza de que la falta de democracia en automático los hacía ganar.
Los años 70s representan para nuestro país la época de lo opacidad gubernamental, la falta de transparencia, los excesos del poder, la lucha de las minorías para abrirse camino con gobiernos que usaban toda su fuerza y los recursos públicos para mantenerse en la silla presidencial a costa de lo que fuera.
Es la época de dos presidentes populistas, como Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo: el primero, incumplió su promesa principal de campaña “Arriba y Adelante”, pues nos llevó para abajo y en reversa, con desastrosas devaluaciones que le impidieron consolidar la visión de un país del “tercer mundo” (en vías de desarrollo); y el segundo, con la imagen histórica de un presidente “llorando” ante la tribuna de la Cámara de Diputados, pidiendo perdón a los pobres, quien además aseguró “defender el peso como un perro”, y la realidad es que dejó una crisis inflacionaria, más devaluaciones, la nacionalización de la banca y, por si fuera poco, más corrupción.
Ambos nos dejaron un legado de desempleo, inflación, pobreza y un largo etcétera.
Dicen que los mexicanos no tenemos memoria.
Yo comparto la tesis de Carlos Castillo Peraza: “cuando un gobierno quiere acabar con un pueblo, lo primero que hace es falsificarle la historia, porque sin memoria común no hay pueblo: se disuelve”.
Esto ha hecho quien habita actualmente Palacio Nacional que, a su conveniencia, ha contado la historia a su manera. Y ante ello, reconozco que quienes no compartimos su forma de gobernar -y que hemos escuchado de nuestros padres o abuelos lo sucedido años atrás- no hemos sido capaces de hacer que las nuevas generaciones se involucren o tomen decisiones con más información.
Andrés Manuel López Obrador adelantó la sucesión y regresó a los tiempos del “dedazo”, al presentarse como el destapador oficial de las corcholatas.
En lugar de asumir su responsabilidad como presidente de México, decidió ser el jefe militante de su propio movimiento, a fin de mantener el control del país, aunque sea atrás del “trono”. Por eso puso a competir a los suyos, manteniéndolos divididos no por error, sino porque aplica el dicho de “divide y vencerás”, porque no le conviene un proceso de cohesión, pues eso representa un peligro para su continuidad.
Para nadie es desconocido que su favorita es Claudia Sheinbaum, la jefa de (des) gobierno de la Ciudad de México, y aunque nada está escrito y muchas cosas pueden hacer que cambie su decisión, hasta ahora sus muestras de apoyo son más que evidentes.
Con esa certeza, la funcionaria ha seguido los pasos de su “apoderado” político, con aquello de “a mí no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”, y es por eso que la viola constantemente con sus actos anticipados de campaña (lo hacen también los demás funcionarios de la cuarta transformación), y además, fiel al mensaje presidencial, también descalifica al árbitro electoral, por el que tanto lucharon millones de mexicanos durante décadas.
Ante la denuncia de diversos actores políticos y partidos de oposición que presentaron evidencias y pruebas de violación a las leyes electorales, incluso derivadas de la exigencia del antes candidato López Obrador -así se dieron las reformas de 2007 y 2014-, el Instituto Nacional Electoral le ordenó “deslindarse de los hechos denunciados”, tales como la propaganda en bardas y espectaculares con su imagen presente en todo el país; giras durante la semana y los fines de semana, sin duda, pagados con recursos públicos, o lo que es peor, también bajo el signo de la casa, con “cash”, cuya procedencia es ilícita, sea por apoyo por debajo de la mesa de empresarios favorecidos en su gobierno o incluso por líderes del crimen organizado, que en los últimos meses han hecho más pública su aparición en la Ciudad de México, abandonada por su gobernante (muestra de ello es la falta de mantenimiento del metro, que afecta a millones de capitalinos, el recorte presupuestal a las alcaldías gobernadas por la oposición, los servicios públicos deficientes como los recortes al suministro del agua, o el robo descarado de coladeras que llevan meses sin reponerse y que han ocasionado incluso accidentes y decesos de personas).
Y la respuesta de Claudia Sheinbaum no se hizo esperar:
Su “indignación” por la resolución del INE, al que su jefe acusó de obedecer intereses de “los conservadores”, pero nunca la hemos visto indignada ante la muerte de 19 niños en el Colegio Rébsamen en 2017, cuando un sismo sacudió la CDMX y fue evidente que la alcaldía que gobernaba no cumplió con su tarea de supervisión en construcciones irregulares, igual que sucedió con la falta de mantenimiento de la línea 12 del metro, que ocasionó la muerte de 27 personas, responsabilidad y complicidad que la une a Marcelo Ebrard, Mario Delgado y Miguel Ángel Mancera.
Y mientras ella viaja, viaja y viaja promocionándose, nos muestra su “alegría” por su próximo matrimonio, canta, practica beisbol, se regocija de logros inexistentes, obedece ciegamente a su mentor, se mimetiza para parecerse cada vez más a quien la creó, la CDMX se desmorona.
No tengo duda que uno de los mensajes de la marcha del 13 de noviembre en defensa del INE es una señal de que MORENA perderá el gobierno en 2024.
Hay una oportunidad para que la oposición gane la elección, si elige al mejor perfil que represente una opción distinta y profesional para recuperar de las manos de la ineficiencia, la capital del país. Lo único que lamento es que el costo sea tan alto no sólo para los capitalinos, que pagan las consecuencias de décadas de gobiernos con características similares, sino para todo México, pues el único objetivo del presidente es la generación de votos, porque de gobernar y política pública no sabe nada, no le preocupa y menos le interesa.
La “elegida” evidencia su desprecio por las instituciones. Es una de las “mejores estudiantes” de la “escuelade lo ilegal” de Andrés Manuel López Obrador.
Como él, prefiere levantar muros y destruir caminos que nos lleven a la reconciliación. Se victimiza para no aceptar su responsabilidad y acusa de manera falsa que “se le restringe su “libertad de expresión”.
Desde ahora lo advertimos, Claudia Sheinbaum es también un peligro para México y las evidencias están a la vista.