Fin
Hace 110 años, cuatro imperios cubrían la mayor parte de Europa: el alemán, el austrohúngaro, el ruso y el otomano.
Diez años después, ninguno continuaba, aunque Rusia ya se hallaba embarcada en la construcción de la Unión Soviética, que incluso ampliaría el territorio del viejo imperio.
Del alemán y el austrohúngaro surgieron diversas naciones, algunas de breve vida, como Checoslovaquia o Yugoslavia.
Del otomano se inventaron Siria, Líbano, Jordania, Kuwait, Irak y Turquía.
En el caos resultante, hubo políticos que aprovecharon la sensación de desamparo de una población que había perdido sus referencias.
Lo hicieron inventando enemigos externos, culpando de las desgracias a ciertos grupos, apelando al nacionalismo y al racismo.
Se montaron en los medios masivos, tecnologías recientes, y desarrollaron maquinarias de propaganda muy efectivas en cine y radio.
Se trataba de aprovechar las emociones, alimentarlas con mentiras y convertirlas en acción violenta.
Eso es el fascismo y el comunismo.
El eje de la estabilidad financiera global, el Imperio Británico, se había debilitado al grado de que el centro del sistema financiero empezó a migrar de la City a Nueva York.
Después de diez años de exuberancia, los mercados se derrumbaron y arrastraron consigo al sistema productivo.
Fue entonces cuando esos políticos extremos pudieron tomar el poder en casi toda Europa.
Hace ochenta años, más de la mitad del territorio que habían ocupado los imperios alemán y austrohúngaro quedó bajo control soviético, incluyendo la República Democrática Alemana, o Alemania del Este.
Del protectorado inglés en Palestina se crearon dos naciones, una de las cuales fue de inmediato atacada por sus vecinos, Israel.
El Reino Unido ya no podía aspirar a la hegemonía, que quedó en manos de Estados Unidos, el cual construyó un sistema financiero a su modo, que le diese un “privilegio exorbitante”.
La Unión Soviética se derrumbó hace casi 35 años, liberando a varias naciones, pero su mayor heredero, Rusia, sigue siendo un imperio del siglo XVI, el único que sobrevive.
Hace poco menos de 20 años que inventamos una nueva tecnología comunicacional, las redes, que recibieron un gran impulso con la aparición del teléfono inteligente, al año siguiente.
El momento de caos lo aportó la Gran Recesión de 2008.
Desde entonces, hay políticos que aprovechan la sensación de desamparo de la población que perdió sus referencias.
Lo hacen inventando enemigos externos, especialmente los migrantes; culpando de las desgracias a ciertos grupos y apelando al nacionalismo y al racismo.
La maquinaria de propaganda a través de estas nuevas tecnologías incluso tiene nombre:
“misinformation” o “disinformation”.
Hoy se cumplen tres años de la invasión rusa a Ucrania, en seguimiento de la realizada ocho años antes y que terminó con la anexión de Crimea.
Ucrania ha resistido en esta ocasión, a un costo humano y económico altísimo, recibiendo un apoyo occidental con muchas palabras y pocos recursos.
Ahora, Trump no sólo retira ese apoyo, sino que acusa a Ucrania de haber iniciado la guerra, insiste en que Rusia no sea considerado estado agresor, extorsiona a Ucrania, y algunos interpretan estas acciones como una forma de romper la relación cercana entre Putin y Xi.
Supongo que hace 85 años así habrían interpretado el pacto Molotov-Ribbentrop y el reparto que hicieron Alemania y la Unión Soviética de Polonia.
Ayer hubo elecciones en Alemania, y los grupos nacionalistas y racistas que impulsaban Musk y Vance en ese país no lograron el triunfo, aunque sí ubicarse en segunda posición.
Habrá que ver si Europa logra revivir, entendiendo que el sistema global que estaba por cumplir ochenta años ha dejado de funcionar.
Dicho más claro: Estados Unidos abandona, para concentrarse en controlar por completo el hemisferio occidental, incluyendo Groenlandia.