Fuerza de amor y temor en el hospital
Les cuento mis primeras experiencias de infancia, ahora ya superadas pero difíciles de sobrepasar.
No recuerdo mis primeros 2 años y medio. Creo que mis instintos hacían lo suyo, como en muchos casos, llorar como forma de comunicarse para comer, dormir, avisar que defecamos y si sentimos alguna molestia en nuestro cuerpo que nos incomoda.
El 31 de octubre de 1985, la noticia de que la naturaleza no había hecho lo suyo en tiempo y forma, llegó a mis padres.
Mis riñones no se habían formado en su totalidad y estaban muy pequeños para la edad que tenía.
Solo se había hecho una operación para remediar este caso quirúrgico en todo México, siendo yo el segundo.
En esos años la medicina no estaba tan avanzada como lo está ahora, así que fui de las afortunadas de tener una cirugía con un invento del Dr. Vidaurri para hacerme un implante uréter bilateral.
Recuerdo ese momento como si fuera ayer.
No sé por qué estas épocas me recuerdan a ese día de la cirugía a mis solo 3 años.
Me llevaron en una camilla, yo con mi “Winnie the Pooh” abrazada a él.
Aquel oso de peluche me daba seguridad cuando sentía miedo, temor o confusión.
Recuerdo que les pregunté a los cirujanos que iban vestidos con batas largas, tapa bocas y sombreros desechables:
- ¿Por qué están vestidos así?
- ¿A dónde vamos?
Su contestación fue muy humana:
"Estamos vestidos así porque es Halloween, y vamos a una fiesta", me contestó una enfermera.
Me tranquilicé, pero sin saber que las probabilidades de esa operación no eran 100% seguras y además iba a ser la primera con la que iban a probar ese procedimiento en México.
No puedo ahora imaginar a mis padres, la angustia, el temor, el miedo que sintieron al estar en el quirófano sin saber por horas si todo iba bien.
Qué preguntas se habrán estado haciendo en ese momento, para sobrellevar ese dolor que me imagino sintieron al ver que su hija de solo 3 años era sometida al único posible remedio para llegar a tener una vida “saludable”.
Al pasar las horas, salieron con la noticia de que la operación fue un éxito y que recomendaban tenerme en observación antes de pasarme a un cuarto para seguir con mi tratamiento.
En aquel entonces, siendo una operación delicada y poco común, los doctores recomendaban que cada mes me hicieran un TAC.
La máquina del tiempo
Yo le llamaba la máquina del tiempo, porque parecía un cofre donde te encerraban y escuchabas al doctor decir "respira hondo" y en seguida un pitido.
Así, por media hora hasta que terminaban de tomar fotografías internas de mi cuerpo, seguido de pruebas de orina, consultas con el urólogo, entre otras cosas.
Por 5 años fue el mismo procedimiento una vez al mes, todo para saber si la operación, así como mis riñones, estaban funcionando correctamente.
Al cumplir 7 años, un día amanecí en el hospital, internada otra vez.
Una gripa producida por tanto medicamento que tomaba por el tema de mi primera operación, se había convertido en neumonía donde un pulmón y ¾ del otro estaban ahogándose en agua.
Como en aquel entonces la única solución viable era sacarme el agua de los pulmones con una jeringa por la espalda extrayéndomela entre mis costillas, procedimiento muy delicado y doloroso.
El doctor no podía tocar ningún otro órgano y yo tenía que estar despierta y sin moverme para que él pudiera hacer su trabajo.
Recuerdo a mi padre tomándome de los hombros viéndome a la cara, diciéndome que todo iba a pasar en un momento, que ya mero terminaban, todo eso sin anestesia porque en aquel entonces no existía otra forma más que esa para hacerlo.
Veía a mi padre a los ojos y leía su temor, pero sentía una seguridad.
Recuerdo que me decía:
No te muevas, esto es cuestión de nada para que acabe, no pienses en el dolor piensa en las cosas que más te gustan.
Ahora creo que se lo decía a sí mismo para relajarse y reconfortarse al ver lo que me tenían que hacer, para volver a salvarme la vida.
Fuerza de amor y de temor
Sus ojos de esperanza y fe y sus brazos sujetando mis hombros con una fuerza de amor, pero al mismo tiempo de temor, porque ni él sabía lo que estaban haciendo, solo les ayudaba a los médicos a mantenerme quieta -repito- sin anestesia, para que pudieran sacarme el agua de los pulmones.
La regresión a esto sucede porque hoy mi hijo de cinco años ingresa a una nueva escuela y el apoyo de una madre, -como debe de ser, incondicional- me llevó a dejar de lado responsabilidades profesionales para atender la más importante, que es mi hijo, a fin de ayudarlo a integrase a un nuevo colegio.