Los affiches del Monterrey de los 40's
En los atardeceres de septiembre e invitada por Cristina Sada, he asistido por Zoom a una clases de cine europeo fantásticas de Alejandra Clausell, nieta del afamado pintor cuyas obras contemplé en casa de mi suegra.
Ella nos da el nombre de la película del ciclo francés que escogimos, nos dice dónde verla y nos sentamos como buenos amigos que hemos formado a platicar nuestras impresiones junto a una copa de vino, un té o un café, cada quien en casa en el sillón favorito.
Esta última película hizo brotar en mí, como en Proust, el tiempo perdido y pasado, por cierto maravilla de una gran directora y un gran fotógrafo años más joven.
Ambos formaron un dúo increíble y dinámico, haciendo fotografías de formatos de más de cuatro o cinco metros que retrataban granjeros, ancianas, obreros de minas de carbón, mujeres con baguettes en la boca y hombres jóvenes y viejos alineándolos todos y contando con su talento, fotos que hablaban a nuestra mente o memoria, este documental francés llamado Visages Villages, dirigido por Agnès Varda y JR.
Recordé a Don Francisco, el pintor que pegaba con engrudo los affiches que recogíamos los sábados por la mañana con mi abuelo Alex en la imprenta El Regidor. Lo íbamos siguiendo en el carro por la ciudad de Monterrey, y a veces nos dejaba hacerlos.
Mientras las camionetas de sonido de Don Plinio tocaban discos anunciando a Pepita Embil, don Francisco el pintor, pegaba con engrudo los affiches.
Esto por las calles aledañas como un rayito de luna a la magnífica y bella cara de Pepita Embil y Placido Domingo.
Claro, eran affiches de pueblo o ciudad pequeña y medían no más de 1.30 metros por 1 metro, pero contaban tantas historias de toreros, luchadores, cantantes, directores de orquestas. Allí aprendimos a querer a Lauro Salas, Bobby Arreola, a Rolando Vera, a Rito Romero, a Alex Romano y también a Pedro Infante, a Jorge Negrete, a María Félix, a Los Panchos, mientras las camionetas
Papá cantando el dúo de los paraguas mientras secaba el engrudo goma por abajo y arriba, y qué decir del Rey del Mambo, Pérez Prado y las Dolly Sisters y Luis Alcaraz, que aunque no íbamos a las plazas a verlos, sí íbamos a Cabalgatas con Miguel Herrero y a ver a Don Plácido Domingo a la carpa Monterrey.
Mi abuelo nos contaba sus historias, nos compraba sus discos y nos hablaba de cuando le puso el nombre a Blue Demon (él dice que fue Rito Romero, pero mi abuelo era gringo y amigo de Jack Dempsey, y él fue el que lo sugirió). Esto no lo sabe ni su hijo ni su nieto.
La triste historia del médico asesino o del Bulldog o de Miroslava y Wolf Ruvinskis y mil más.
Ese atardecer no pude intervenir, yo tenía mis propios affiches grabados en mi mente, no tenían premio y esta era una pequeña ciudad desconocida para los franceses que no conocieron ni a Don Chucho ni a sus bardas en las que se pegaron.