Virtudes y pecados

Rogelio Ríos DETONA: En México, el mapa de la religiosidad no corresponde al mapa de la representación política: hay un abismo enorme entre uno y otro.

Entre la clase política y la ciudadanía creyente y devota, la distancia es inseparable. 

El punto de quiebre es que la actuación del ciudadano creyente trata de ser recta, honesta y equitativa, mientras la de los actores políticos es torcida, corrupta y egoísta (hablo en general, salvo excepciones). 

En la Semana Santa del año de gracia del 2025 vale la pena reflexionar un momento sobre ese fenómeno:

¿Por qué los funcionarios y actores políticos de (por ejemplo, aunque no exclusivamente) el partido oficial Morena profesan virtudes evangélicas como no mentir, no robar y no traicionar, cuando en sus actos hacen lo contrario? 

  • ¿Es hipocresía?
  • ¿Se trata de una postura falsa?
  • ¿Mienten deliberadamente?

El ejemplo central es Andrés Manuel López Obrador, el primer presidente evangélico de México, quien utilizó la presidencia como un púlpito y sus discursos eran como sermones. 

A pesar de las manifestaciones abiertas y las palabras explícitas de su fe cristiana, las evidencias de corrupción en su gobierno y en su entorno personal y los resultados de su manejo irracional de la administración pública nos revelan que sus actos públicos fueron contrarios a su fe cristiana. 

En el más alto tribunal divino deberá rendir cuentas algún día Andrés Manuel, pero, antes de ese día, los ciudadanos indignados con su corrupción requerimos su presencia en los tribunales terrenos. 

No es exclusivamente un mal mexicano la contradicción en los gobernantes entre la fe y los valores profesados y sus decisiones y actos públicos, los cuales exhiben sus verdaderos rostros pecaminosos y delictivos. 

Una situación similar observo en los Estados Unidos con el actual gobierno del presidente Donald Trump, un delincuente convicto apoyado por la más extrema y virtuosa fracción evangélica del espectro religioso norteamericano.

Los virtuosos acaban apoyando a los pecadores para tomar el poder y manejarlos, según ellos, a su antojo.

Le ponen “pausa” a la fe.

Vaya mundo de cabeza. 

Busco las razones de tal sinsentido entre virtud y pecado, legalidad y delito, y no la encuentro más que en la raíz del discurso populista que apela a las emociones, no a la razón, para capturar el apoyo de las personas.

Muchas de ellas, de buena fe.

Nos dice la sabiduría milenaria de la Biblia:

“La inteligencia es fuente de vida para quien la posee, y la necedad, castigo para los necios”.

La necedad es, precisamente, una de las herramientas esenciales del discurso populista para lograr, con el uso de la retórica en el foro público, que las personas no razonen lo que escuchan, sino lo perciban desde sus emociones y lo acepten sin cuestionar. 

Al presentarse como virtuosos y campeones de las mejores cualidades morales del hombre, políticos como Andrés Manuel y otros líderes populistas en el mundo logran ocultar la sombra de su corrupción, pecados y delitos bajo los reflectores de sus palabras necias. 

Por eso es posible explicar, en parte, cómo el cristiano evangélico estadounidense creyó (como acto de fe) en la virtud y honestidad de Donald Trump y, por otro lado, los ciudadanos devotos mexicanos creyeron en las palabas de López Obrador como si él fuera un predicador, no el político corrupto que realmente es. 

  • Esa es quizá la razón por la cual el mapa religioso de México no se corresponde con el mapa político.
  • La conexión está torcida y manipulada a favor de la clase política mexicana.

¿Se imagina usted cómo sería México si sus gobernantes aplicaran en la vida pública una pizca, al menos, de la devoción, virtudes y honestidad que dicen profesar en lo privado? 

Reflexionemos sobre eso en Semana Santa:
Los políticos “no tienen temor de Dios, hijito”, como decía mi abuelita Mamá Chayito, a quien Dios la tiene en su santa gloria.
Rogelio Ríos Herrán

Egresado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México (1981)  y desde 1994 se ligó a los medios de comunicación como comentarista y productor en Radio Nuevo León y la televisión pública y colaborador y columnista en periódicos en Nuevo León y Arizona y Georgia, en Estados Unidos. Durante más de 18 años se desempeñó como editor de opinión en el periódico El Norte (Grupo Reforma), en donde además durante 15 años fue un editorialista regular con análisis sobre coyuntura de política internacional, Estados Unidos y asuntos mexicanos. Desde 2019 y hasta 2021 colaboró en Grupo Visión de Atlanta, Georgia, y condujo el programa radial Un Café Con Atlanta.