¿Cuántas veces nos olvidamos de dar gracias?
Nos acostumbramos o normalizamos y damos por hecho lo cotidiano: al saludo rapido, al trabajo de todos los días, a las risas con amigos o al abrazo de un ser querido.
Vivimos inmersos en una rutina que nos vuelve ciegos a lo que tenemos y sordos a lo que sentimos.
Pero, ¿qué pasa cuando un día, en medio de la rutina, algo cambia?
Cuando ese saludo ya no está, cuando el trabajo se vuelve incierto, cuando las risas se apagan o el abrazo se siente lejano.
Es en esos momentos cuando el vacío se presenta y duele, cuando el silencio pesa y cuando el corazón, por inercia, extraña lo que alguna vez fue normal.
Las aspiraciones y pensamiento occidentales nos han enseñado a desear siempre más, a soñar en grande, a buscar éxito y reconocimiento.
Pero rara vez se nos enseña a agradecer lo que ya tenemos.
La gratitud no es conformismo ni ser mediocre, es entender que, en este momento, somos suficientes y estamos completos por mas que busquemos en Amazon, nada nos falta realmente.
- Hoy quiero hablar de tener un corazón agradecido.
- No de esos agradecimientos de cortesía o de los mensajes en WhatsApp con emojis de manos juntas.
- Hablo de un agradecimiento sincero, profundo, de ese que se siente en el pecho.
- Porque un corazón agradecido no guarda rencores, no presume lo que tiene ni sufre por lo que no tiene.
- Un corazón agradecido late en paz y vibra con amor.
Y aunque suene a frase de taza de café o a consejo de abuelita, un corazón agradecido cambia la manera en que vivimos, la manera que vemos las cosas y vivimos la vida.
Hace que la conversación con tu padre no sea solo una plática, sino un momento de conexión.
- Hace que el entrenamiento de boxeo no sea solo sudor y golpes, sino una oportunidad de fortalecer el cuerpo y liberar la mente.
- Hace que el café no sea solo cafeína, sino un pequeño lujo que endulza la rutina.
A veces estamos tan enfocados en lo que falta que olvidamos lo que abunda, lo que nos desborda.
Queremos más éxito, más amor, más dinero, más reconocimiento, pero, ¿cuándo fue la última vez que agradecimos por lo que ya tenemos?
Por la salud, por el tiempo con amigos, por las risas, por las derrotas que nos hicieron crecer y las victorias que nos hicieron sonreír.
Hoy, al levantarme, elegí agradecer.
No porque la vida sea perfecta, ni porque todo esté bajo control.
Agradezco porque estoy vivo, porque puedo elegir cómo vivir este día, porque tengo gente que me ama y retos que me hacen aprender y retarte.
La gratitud no elimina los problemas, pero cambia la manera en que los enfrentamos.
No evita el dolor, pero lo suaviza.
No quita el miedo, pero lo transforma en valentía.
Así que, si hoy te encuentras atrapado en la rutina o abrumado por las expectativas, date un momento para agradecer.
No como una obligación ni como una moda de bienestar emocional.
Hazlo porque cada latido de un corazón agradecido es un recordatorio de que la vida, con todo y sus altos y bajos, sigue siendo un milagro.