De Santis y Abbott contra la nación mexicana
Son como los vecinos abusones.
Quienes te estacionan en auto en la cochera. A toda hora hacen fiesta. Ponen la música a volumen de concierto. Sus hijos beben, snifean estupefacientes y arrojan la basura a tu patio.
Luego le llaman a la policía del barrio para poner denuncias por los desperdicios en tu terreno.
Tan simpáticos y contradictorios son sus ideas como para lanzarse para dirigir la unión de colonos. Casa por casa van extendiendo el evangelio de la infamia.
Todo lo malo ocurre en el predio del vecino amable y silencioso. De Santis y Abbott ya son compadres. En sus carnes asadas, con la anuencia de sus parejas en turno, denigran al colindante.
Le llaman agachón, ignorantes, foco de infección. Si por ellos fuera, en el primer día de representantes del barrio, le cercarían la cochera.
A levantar los enrejados. Tapiar hasta dos metros bajo tierra, con zanjas minadas. Ni la flora salvaje, ni las lombrices cuentan con permiso de internamiento en los otros predios.
De Santis y Abbott instalaron cámaras, no para el interior de sus viviendas. Sino hacia la calle, a las ventanas contiguas y hasta el patio
Luego, para no pasar ningún detalle, un dron. Los hijos De Santis y Abbott juegan todas las tardes revoleando. La buena vecindad es el mito genial de los abusadores. Son bad hombres esa familia tan trabajadora. Se van a laborar apenas sale el sol y regresan cuando las estrellas brillan.
Algo deben estar escondiendo, lo dicen con los mira lejos hacia el cuadrante. Luego brindan con cerveza barata y snifean algo rosa, la experiencia. Les da el subidón de la coca con fentanilo.
Arrítmicos y extenuantes, llaman a la ambulancia para regularizar sus pulsaciones. Se despiden con la encomienda de seguir vigilando a sus vecinos.