El hilo por lo más delgado
Existe un dicho popular que refiere que “el hilo siempre se corta por lo más delgado” y vaya que lo sabemos... en tiempos de crisis, los que nos hemos dedicado a la comunicación pública, hemos tenido que sortear momentos de inflexión en las instituciones a las que hemos servido.
El sentido de la frase indica que siempre el poderoso prevalecerá ante el más débil, cuyo sacrificio eventualmente es una salida al momento crítico que vive la organización.
Esto sucede desde que existe la comunicación social, pública o política y, quienes nos dedicamos a ella, sabemos que es parte de la letra chiquita que aceptamos cuando se nos confiere la responsabilidad de ser parte de un equipo.
La diferencia es que hace un par de décadas, los comunicadores no éramos parte de la noticia, siempre estábamos detrás de los personajes protagónicos, pero poco a poco y sobre todo con la aparición de las redes sociales, cada vez es más común que sí seamos foco de atención pública.
Solía haber otro dicho, citado con todo respeto, de que “perro no come perro”, como un código no escrito de que, entre comunicadores, no nos atacaríamos públicamente unos a otros, lo cual fue quedando rebasado hasta el grado que hoy, en un país sumamente polarizado, incluso los medios masivos, los periodistas y los hacedores de noticias pueden ser la agenda principal del debate digital y la agenda pública, peleándose unos con otros como lo podemos ver a diario en la tuitósfera.
A mi parecer, más allá de filias o fobias, en nada abona a la libertad de expresión este tipo de conflictos públicos en los que unos atacan y otros responden, y parece que nadie tiene la razón absoluta y denota una gran falta de tolerancia y respeto a los derechos del otro.
“No mates al mensajero” es otra frase que debemos tener bien en cuenta en esta época en la que estamos perdiendo el foco de los temas de fondo y de quiénes son los que mueven los hilos del entramado político y social en el que vivimos.
Los que hemos estado en el servicio público, en la administración pública, en los órdenes de gobierno y en las luchas de los partidos políticos, sabemos que el poder desgasta en todas sus formas y se requiere de un gran oficio para buscar la homeóstasis de la opinión pública y la gobernabilidad del sistema.
Nunca será lo mismo ser oposición que llegar al gobierno, ser candidato o candidata que gobernante y estar arrancando un ejercicio o estar a la mitad o al final del mismo, simplemente porque las estructuras y las relaciones se desgastan.
Tampoco será igual una crisis de gobernabilidad por decisiones equivocadas de políticas pública que una mala racha de percepción u opinión pública, ni de eventuales situaciones externas que cuestionen la credibilidad de los actores principales con denuncias mediáticas o jurídicas que les comprometan.
Lo que si es un común denominador es que, ante una crisis, sobre todo si es de dimensiones mayores, lo primero que se hace hacia afuera normalmente es negarla o minimizarla, igual que contraatacar y acusar de guerra sucia o campañas de desprestigio, mientras que al interior se comienzan a buscar culpables y el lado más delgado del hilo, por si hubiera que cortarlo en algún momento.
Es decir, se busca matar a el o los mensajeros en lugar de buscar a los verdaderos responsables, igual que se corta el hilo siempre por lo más delgado.
Y ahí es donde se dan algunas de las primeras decisiones como la de "cortar cabezas", entre ellas las de las áreas de comunicación a las que se responsabiliza de no tener una estrategia adecuada para controlar la crisis y con cuyas salidas se lograría despresurizar mientras se toman medidas más profundas.
A mi parecer, esto en muchas ocasiones es un espejismo, puesto que las crisis de gobernabilidad la mayoría de las veces se dan por muchas causas, pero no por una estrategia fallida de comunicación, por lo que la salida fácil será como darle un mejoral a un enfermo terminal.
Lo cierto es que es más fácil decir que no hay una buena relación con los medios o peor aún, usar frases como que “no se controla a la prensa”, cuando en el fondo el origen de la crisis puede deberse a actos de corrupción, decisiones mal tomadas, un discurso y una narrativa sin empatía, una agenda equivocada o, simplemente, actos propios del desgaste del poder que no se resuelven con medidas parciales.
Por ello escribía hace algunas semanas que lo primero que debe hacerse es aceptar la existencia de la crisis: evaluarla, establecer los controles efectivos de daños y, con honestidad, reparar losagravios cuando sea necesario, diseñando estrategias más profundas que simples medidas temporales insuficientes para reconciliarse con el público.
En mi experiencia como comunicador, tuve el privilegio de ser sostenido por un gobernador todo un sexenio, a pesar de que en el transcurso del mismo hubo por lo menos tres momentos críticos de la administración estatal en los que supe que mi salida podría concretarse de un momento a otro, aunque al final completé toda la ruta desde la toma de posesión hasta el último día del mandato de José Natividad González Parás que, por cierto, es un gran maestro en sortear las crisis públicas.
Tiempo después de su gestión, lo saludé en su oficina en la Ciudad de México y me comentó: “me duraste todo el sexenio Omar”, a lo que respondí: “no gobernador, usted fue el que lo decidió y yo agradezco su confianza”.
Igual me sucedió en mi paso por el gobierno federal, en el que acompañé a Rogelio Cerda Pérez en la Profeco de inicio a fin de su periodo, en una institución que, a decir verdad, su nobleza facilita las labores de comunicación, dirigidas además por un experto en la materia.
También me tocó ser el lado más delgado del hilo cuando, después de casi dos años de acompañarle, tuve que despedirme con mucha dignidad y gratitud de la entonces Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, como parte de un control de daños de momentos complicados en época electoral.
Por ello me parece que los comunicadores sabemos perfectamente los riesgos y las oportunidades que tenemos en cada reto y, cuando nos movemos con honestidad e integridad, conocemos perfectamente los pantános por los que a veces hay que nadar y podemos no mancharnos en ellos.
Hoy, en un país polarizado, con diferentes agendas antagónicas, me parece que se debe reconocer el trabajo de quienes están al frente de áreas de comunicación social y cuyos esfuerzos a veces no son lo único que se necesita para estabilizar las crisis cada vez más frecuentes ante una opinión pública más exigente y conectada en la inmediatez de las redes sociales.
Vaya, mi respeto a todos mis colegas de las oficinas públicas de cualquier nivel y también a todos los que, desde los medios masivos, ejercen el noble oficio de comunicar, independientemente de sus ideologías o formas de percibir el mundo en el que vivimos.
Que el hilo no se siga rompiendo por lo más delgado siempre, que no se maten a los mensajeros inocentes y que los comunicadores dejemos de ser el centro de la agenda.
Busquemos las respuestas de fondo y construyamos una mejor sociedad, cada quien desde su trinchera.